Contactos (Zealine)

La ciudad portuaria de Swerkok, una ciudad ciertamente interesante. Se reunía allí gente de los reinos bárbaros del norte, los oscuros y temibles barcos prohibidos (pero se sabía que llegaban) del Archipiélago maldito, y tantos espías de otros reinos que llegaban por mar. Había avanzado hasta esa zona buscando trabajos de mercenario que fueran importantes, hasta que llegaron los rumores provenientes de Avarosa.

Se decía que Avarosa estaba siendo asediada durante las noches, los caminos, las caravanas, la gente de los pueblos, todos, por terribles criaturas que hacían que la gente desapareciera. Nadie parecía saber nada, y todos decían cosas muy distintas sobre las criaturas que aterrorizaban el lugar. Los rumores llegaban una y otra vez, pero solamente parecía ser gente muy aterrorizada de lo que allí pasaba, contaban que la cosa llevaba un par de semanas, y si bien la guardia y aventureros se habían metido en el asunto, nada había pasado.

Así siguió un par de días, hasta que pusieron un anuncio oficial. Una gran recompensa y reunión para mercenarios con habilidades extremadamente buenas, preparados para una misión suicida y solucionar el tema de Avarosa. La taberna explotó en un caos cuando pusieron el anuncio, preguntándose todos que pasaría.

Allí, entre todo ese jolgorio, me encontraba yo. Tapado bajo mi capa negra y gruesa, con mi armadura roja y mi espadón a un lado, mientras observaba la escena. Obviamente me uniría a aquella misión, pues el llamado a la reunión de aquellos aventureros sería en un par de días, lo suficiente como para llegar a Avarosa a tiempo. Observé a mis alrededores y seguí escuchando lo que allí se hablaba.

Los rumores, siempre le atrapaban los rumores. Viajar no era un problema, al menos, no de los mayores con los que podría enfrentarse. El problema empezaba cada vez que se encontraba a los alrededores de su reino natal. Lo tenía claro, no podía adentrarse en aquellas tierras a no ser que fuera estrictamente necesario, sin embargo, cada pueblo albergaba una marejada de susurros repitiendo la misma historia.

Contuvo un largo suspiro, el trío de viajeros -guerreros- con los que se encontraban, se dirigían a Reino de León de todas formas. No era tan complicado hacerse pasar por una herbolaria, sabía lo suficiente del tema como para responder dudas o hacer un simple mejunge curativo. Ahora lo importante eran las misteriosas desapariciones. En Swerkok ya no eran susurros, eran gritos. Hora de decir adiós a sus compañeros.

La noche era una amiga, y junto a ella, se adentró en la primera taberna, que por ley, era el mejor lugar donde obtener información. No espero sin embargo, el caos al interior. Hombres y mujeres amontonados frente al cartel de anuncios, ni si quiera había que leerlo, todos hablaban de aquello. Alzó una ceja mientras se quitaba la capucha y reparó en un joven alardeando "Esta misión es para mi, saldré victorioso, ¿De verdad alguien osaría creer que puede contra mi? Ni las más oscuras y primitivas criaturas, amigos mios". ¿Estaba ebrio? Tal vez, pues estaba tan preocupado en alardear, que ni siquiera reparó en Zealine pasando con disimulo a su lado, y arrebatando con delicadeza el saquito con oro que yacía sujetado a su cinturón.

Sin inmutarse y con los movimientos sutiles usados anteriormente, metió el saquito dentro de uno de los bolsillos de su túnica de viaje. Se acercó hasta el anuncio, abriéndose paso entre la multitud escandalosa y se dirigió al hombre con rostro serio, quien parecía haber colocado la misión en el cartel. - Quiero entrar - Directo al grano, su prioridad era hacerse un hueco y descubrir el origen de las desapariciones. El hombre, alzó ambas cejas, para luego soltar un bufido "No eres la única, cielo, ¿Por qué estarías capacitada?". Contuvo el impulso de rodar los ojos y prosiguió - Una mejor pregunta sería... ¿Crees que alguno de los presentes esta capacitado? Solo veo borrachos pavoneándose de lo buenos que son... - Señaló con un gesto del mentón a la multitud a sus espaldas,y entonces, reparó en una de las pocas personas que no parecía escandalizado. Una quieta figura cubierta por una tapa negra. - Exceptuando a ese sujeto, todos los demás parecen... poco eficientes. - Susurró. - El silencio suele decir mucho más que las palabras - Terminó.

Tampoco es como si pudiera decirle "Hey, suelo usar magia de sangre y otras atrocidades, creo que soy eficiente". La cháchara venía bien de vez en cuando.

Observaba desde mi asiento como empezaban a aparecer estúpidos que probablemente no tenían ningún sentido de la supervivencia, o quizás sí, pero eran demasiado locos para abordar el peligro que se sentía en una misión como esta. ¿Cuántos aventureros habrían muerto ya para este momento? ¿15? ¿25? ¿50? No lo sabía, pero obviamente no habían sido pocos para hacer que la misión fuera un llamado en las más grandes ciudades del Reino de León.
Observé a la mujer que hablaba directamente contra uno de los que estaban poniendo los carteles, cuestionándola. Ella era la que se veía más seria entre todos los que estaban allí, muchos tenían un gran miedo en sus ojos, pero ella….ella tenía algo distinto. Observé como cuestionaba a la mayoría de los borrachos que había allí y que se quedaban callados. Me llamaba la atención, pero notablemente, no era una situación rara…mientras no se empezara una pelea en la taberna, todo andaría bien. Y todo fue calmo hasta que me señaló, suspiré un poco, y levantándome, sin quitarme la capucha, miré hacia donde estaba el resto. Había un gran silencio, las palabras de la mujer los había dejado atontados, y a muchos, molestos. Miré a todos y dije;

-Este no es el lugar de la misión. Sus muertes no serán aquí. No soy nadie para juzgar de que son capaces o de que no, pero quienes estén dispuestos a morir sin evaluar el peligro será mejor que vayan el grupo, así sea lo que sea a lo que se enfrenten los matará a todos juntos. Yo iré…pero iré a la ciudad de Avarosa, donde la llamada fue hecha. Que el resto elija su propia suerte para llegar allí…si es que llegan vivos, claro. –Dije, mientras me sentaba nuevamente, con tranquilidad, finalmente, interesado por la mujer, si ella me devolvía la mirada, le haría un gesto con la mano para que se acercara a mi mesa.