Los dos ejercitos [Trama]
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Los dos ejercitos [Trama]
Los tercios habían apostado su campamento a dos días de su objetivo, cientos de tiendas de campaña militares se habían montado dando cobijo a los mil quinientos hombres que componían la compañía que marchaba hacia la reconquista del castillo perdido a manos de las tropas nórdicas, aquel era el punto de reunión pues un ejercito de enanos que renegaban del control del rey bajo la montaña se les uniría en la lucha.
Se ponía ya el sol y los guardias empezaban a encender las antorchas cuando los estandartes del ejercito aliado y los tambores de guerra que ponían el ritmo a la marcha enana fueron avistados por los centinelas, los cuales llamaron a Augusto Maximo el general a cargo de la campaña para dar la bienvenida a sus nuevos camaradas.
Se ponía ya el sol y los guardias empezaban a encender las antorchas cuando los estandartes del ejercito aliado y los tambores de guerra que ponían el ritmo a la marcha enana fueron avistados por los centinelas, los cuales llamaron a Augusto Maximo el general a cargo de la campaña para dar la bienvenida a sus nuevos camaradas.
The Reaper
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Re: Los dos ejercitos [Trama]
Nuevamente los enemigos del imperio del hombre alzan sus espadas contra nosotros, atacando sin honor nuestros territorios con un propósito oscuro, fui llamado personalmente por el glorioso emperador para acabar con este patético intento de usurpación, misión que no tarde en contestar con mil quinientos tercios pertenecientes a la Octava legión, Los Puños Imperiales…
Habíamos asentado nuestro campamento con el objetivo de esperar la llegada de un nuevo aliado… los enanos, poderosos guerreros que hace ya tiempo no comparto el campo de batalla.
Al momento que mis hombres me informaron que nuestros nuevos camaradas habían llegado, salgo del centro de mando en compañía de Aerin, mi segunda, en dirección a este encuentro.
Los tambores suenan y yo miro al horizonte, entretenido por aquella marcha marcial de los hijos de la roca, mientras estoy en ello, llega un pequeño destacamento de bienvenida de tercios que portan tres estandartes. El de la izquierda era la roja sangrienta de Castellum, la del medio el del glorioso e inmortal imperio y en la derecha la de los Aceros Sombríos.
Sigo mirando al horizonte con una enorme sonrisa, esperando a la llegada, pensando, al mismo tiempo, que esto se convertirá en algo más que en una simple misión de reconquista…
Habíamos asentado nuestro campamento con el objetivo de esperar la llegada de un nuevo aliado… los enanos, poderosos guerreros que hace ya tiempo no comparto el campo de batalla.
Al momento que mis hombres me informaron que nuestros nuevos camaradas habían llegado, salgo del centro de mando en compañía de Aerin, mi segunda, en dirección a este encuentro.
- Spoiler:
- Aerin
Los tambores suenan y yo miro al horizonte, entretenido por aquella marcha marcial de los hijos de la roca, mientras estoy en ello, llega un pequeño destacamento de bienvenida de tercios que portan tres estandartes. El de la izquierda era la roja sangrienta de Castellum, la del medio el del glorioso e inmortal imperio y en la derecha la de los Aceros Sombríos.
Sigo mirando al horizonte con una enorme sonrisa, esperando a la llegada, pensando, al mismo tiempo, que esto se convertirá en algo más que en una simple misión de reconquista…
Augusto Maximo
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Re: Los dos ejercitos [Trama]
-... es por ello por lo que te comportarás con el decoro que se espera de nosotros. No somos una mancha de miserables indisciplinados, groseros desgraciados que van de campo en campo embriagándose con el botín triunfante. - Sus palabras, en aquella voz profunda y cálida que poseía, parecían siempre de una gravedad mucho mayor de la que podría poseer realmente. Khorgrim, parecía inusualmente tranquilo, a pesar incluso de la situación a la que se enfrentaría pues, en toda su carrera, jamas luchó del lado del Imperio. Y en su comportamiento se denotaba angustia, como el hecho de que durante todo el camino, lo recorrió fumando sin parar desde la mañana a la noche, a través de los helados peñascos de la Cordillera del Ansia y mas allá de los pastos verdes que conformaban la frontera entre los Clanes del Norte y el Imperio. No era de extrañar, que en su discurso aunque suave para un enano, se denotara una inquietud latente.
- Aunque comprendo la reticencia del Concilio a desviarse de esta manera en nuestra neutralidad... de verás, Runa, siento que algo esta cambiando en Karaz-Angorh. - Aunque nada tenia que ver con la anterior reprimenda que le ofreció, ahora en las palabras de Khorgrim podía advertirse con plena nitidez sus tribulaciones. Al frente de su columna de ochocientos enanos y unos doscientos auxiliares provenientes de los bárbaros del norte, sus palabras parecían mezclarse con el sonido de una organizada marcha de botas metalizadas, una sinfonía que se completaba en suma coordinación con las órdenes gritadas por los oficiales y los tambores que marcaban el paso. Con la pipa en la boca, expulsando un humo blancuzco y montado a lomos de un negro carnero de guerra enano, Khorgrim dudaba de su cometido como nunca lo había hecho. Su hermano, hacia menos de dos meses había fallecido en circunstancias terribles; linchado en mitad de la calle sin posibilidad de defenderse con una inquina impropia. Apenas pudieron reconocerle y cuando lo hicieron, el cielo se vino abajo sobre el Rey de Karaz-Angorh, su padre. Khorgrim masculló algo en silencio y siguió su marcha con gesto adusto. Desaprobaba esta clase de comportamiento que ahora se cebaba en él, pero la sangre no conoce de razón alguna.
Al alzar la vista lo vio claro: un ejército imperial acampado entre centenares de tiendas. Khorgrim escudriñó el campamento contando tan rápido como pudo las tiendas y aunque no alcanzaba a verlas todas, supuso que aquel ejército tendría unas dimensiones parecidas al suyo.
- ¡Alzad los estandartes! ¡Apretad la marcha! Quiero que el suelo tiemble cuando lleguemos ¡Pisad con fuerza, mostrad quienes han venido a socorrerles! - Gritó, y al momento sus oficiales comenzaron a transmitir las órdenes con severos movimientos de brazo y un griterío que dio lugar a un clamor unánime que produjo una autentica transformación. Los férreos soldados Acero Sombrío comenzaron a pisar con fuerza, balanceando sus metálicas armaduras en una sinfonía visual única. Khorgrim sintió entonces una mezcla de orgullo y arrogancia que sencillamente, no pudo contener.
Su llegada fue estruendosa, marcada por los pasos de una columna de Acero Sombrío de centenares que marchaban justo tras su comandante. Al posicionarse frente al campamento, Khorgrim alzó al brazo izquierdo y presurosos, los soldados se detuvieron y comenzaron a desplegarse en una columna mucho mas ancha a la espera de órdenes. La comitiva del ejército, compuesta por el propio Khorgrim, Runa Domafuegos y un reducido grupo de su escolta personal; unos enanos acorazados en siniestras armaduras que cubrían sus rostros y portaban largos martillos negros se adelantó e introdujo en el campamento.
Advirtió sobre su oscuro carnero como los tercios lo observaban, escudriñando a sus soldados con curiosidad y algunos, hallando un espanto que trataba de dilucidar si su aspecto, se correspondería a su infame renombre. Y allí estaba, su propio estandarte junto al del Imperio y el de la provincia de Castellum, con la cual, lucharía codo con codo en esta batalla. Khorgrim sintió un resquemor, una sensación de incomoda levedad al contemplar su estandarte junto al de los hombres. Se arrancó la pipa de la boca para guardarla con presteza en un estuche de madera situado sobre su montura, la primera impresión debía ser crucial.
Allí encontró entonces a Augusto Máximo, general y comandante de esas fuerzas tan mixtas, pues en sus tercios halló hombres, elfos e incluso medianos. Sonriente y con el pelo cano, a Khorgrim le inspiró cierta confianza añeja que uno siente al ver a alguien que una vez conoció, pero que hacia mucho que no veía. Aunque le tranquilizaba que su homólogo imperial fuera tan afable, su desconfianza y testarudez mediana le hicieron recular un gesto similar al suyo. Asintió en la lejanía y al encontrarse a poco mas de siete metros, desmontó del negro carnero entregándole las riendas a uno de sus subalternos para acercarse acompañado tan solo, de Runa, a la cual dedicó una mirada severa y un par de sus escoltas. Ante la portentosa altura de Augusto, Khorgrim se retiró el yelmo con la zurda y extendió la mano para ofrecer la diestra en un apretón. Había oído de forma recurrente que era lo común entre los hombres y sencillamente, quiso ponerlo en practica con gran desconocimiento de si sería lo adecuado.
- Khorgrim Acero Sombrío, Comandante de esta columna y por lo que tengo entendido, seremos aliados en esta contienda. - Aunque su torrente parecía disgustado, y su rostro marcado por una seriedad que se enfrentaba al gesto afable de su homólogo, trato de esforzarse, aparentemente sin éxito, en parecer gentil. - Solo espero no haberos echo esperar demasiado, Maese Augusto. - Terminó por decir en busca de un trato respetuoso. Aunque realmente versado en el combate, a Khorgrim seguían resultandole complejos las casi indescifrables convenciones diplomáticas.
- Aunque comprendo la reticencia del Concilio a desviarse de esta manera en nuestra neutralidad... de verás, Runa, siento que algo esta cambiando en Karaz-Angorh. - Aunque nada tenia que ver con la anterior reprimenda que le ofreció, ahora en las palabras de Khorgrim podía advertirse con plena nitidez sus tribulaciones. Al frente de su columna de ochocientos enanos y unos doscientos auxiliares provenientes de los bárbaros del norte, sus palabras parecían mezclarse con el sonido de una organizada marcha de botas metalizadas, una sinfonía que se completaba en suma coordinación con las órdenes gritadas por los oficiales y los tambores que marcaban el paso. Con la pipa en la boca, expulsando un humo blancuzco y montado a lomos de un negro carnero de guerra enano, Khorgrim dudaba de su cometido como nunca lo había hecho. Su hermano, hacia menos de dos meses había fallecido en circunstancias terribles; linchado en mitad de la calle sin posibilidad de defenderse con una inquina impropia. Apenas pudieron reconocerle y cuando lo hicieron, el cielo se vino abajo sobre el Rey de Karaz-Angorh, su padre. Khorgrim masculló algo en silencio y siguió su marcha con gesto adusto. Desaprobaba esta clase de comportamiento que ahora se cebaba en él, pero la sangre no conoce de razón alguna.
Al alzar la vista lo vio claro: un ejército imperial acampado entre centenares de tiendas. Khorgrim escudriñó el campamento contando tan rápido como pudo las tiendas y aunque no alcanzaba a verlas todas, supuso que aquel ejército tendría unas dimensiones parecidas al suyo.
- ¡Alzad los estandartes! ¡Apretad la marcha! Quiero que el suelo tiemble cuando lleguemos ¡Pisad con fuerza, mostrad quienes han venido a socorrerles! - Gritó, y al momento sus oficiales comenzaron a transmitir las órdenes con severos movimientos de brazo y un griterío que dio lugar a un clamor unánime que produjo una autentica transformación. Los férreos soldados Acero Sombrío comenzaron a pisar con fuerza, balanceando sus metálicas armaduras en una sinfonía visual única. Khorgrim sintió entonces una mezcla de orgullo y arrogancia que sencillamente, no pudo contener.
Su llegada fue estruendosa, marcada por los pasos de una columna de Acero Sombrío de centenares que marchaban justo tras su comandante. Al posicionarse frente al campamento, Khorgrim alzó al brazo izquierdo y presurosos, los soldados se detuvieron y comenzaron a desplegarse en una columna mucho mas ancha a la espera de órdenes. La comitiva del ejército, compuesta por el propio Khorgrim, Runa Domafuegos y un reducido grupo de su escolta personal; unos enanos acorazados en siniestras armaduras que cubrían sus rostros y portaban largos martillos negros se adelantó e introdujo en el campamento.
Advirtió sobre su oscuro carnero como los tercios lo observaban, escudriñando a sus soldados con curiosidad y algunos, hallando un espanto que trataba de dilucidar si su aspecto, se correspondería a su infame renombre. Y allí estaba, su propio estandarte junto al del Imperio y el de la provincia de Castellum, con la cual, lucharía codo con codo en esta batalla. Khorgrim sintió un resquemor, una sensación de incomoda levedad al contemplar su estandarte junto al de los hombres. Se arrancó la pipa de la boca para guardarla con presteza en un estuche de madera situado sobre su montura, la primera impresión debía ser crucial.
Allí encontró entonces a Augusto Máximo, general y comandante de esas fuerzas tan mixtas, pues en sus tercios halló hombres, elfos e incluso medianos. Sonriente y con el pelo cano, a Khorgrim le inspiró cierta confianza añeja que uno siente al ver a alguien que una vez conoció, pero que hacia mucho que no veía. Aunque le tranquilizaba que su homólogo imperial fuera tan afable, su desconfianza y testarudez mediana le hicieron recular un gesto similar al suyo. Asintió en la lejanía y al encontrarse a poco mas de siete metros, desmontó del negro carnero entregándole las riendas a uno de sus subalternos para acercarse acompañado tan solo, de Runa, a la cual dedicó una mirada severa y un par de sus escoltas. Ante la portentosa altura de Augusto, Khorgrim se retiró el yelmo con la zurda y extendió la mano para ofrecer la diestra en un apretón. Había oído de forma recurrente que era lo común entre los hombres y sencillamente, quiso ponerlo en practica con gran desconocimiento de si sería lo adecuado.
- Khorgrim Acero Sombrío, Comandante de esta columna y por lo que tengo entendido, seremos aliados en esta contienda. - Aunque su torrente parecía disgustado, y su rostro marcado por una seriedad que se enfrentaba al gesto afable de su homólogo, trato de esforzarse, aparentemente sin éxito, en parecer gentil. - Solo espero no haberos echo esperar demasiado, Maese Augusto. - Terminó por decir en busca de un trato respetuoso. Aunque realmente versado en el combate, a Khorgrim seguían resultandole complejos las casi indescifrables convenciones diplomáticas.
Khorgrim Acero Sombrío
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Re: Los dos ejercitos [Trama]
— Eh... umh.—Aquel sonido dubitativo fue producto de, para variar, no saber cómo interrumpir el cargante, tedioso y pegajoso discurso que Khogrim le llevaba largando casi cerca de tres horas. Menuda chapa más mala me está echando encima, joder. Normalmente, el general no ponía demasiado énfasis en la necesidad de mantener un comportamiento... decoroso frente a humanos, por lo que no era de extrañar que a Runa le estuviera costando lo suyo conservar un gesto austero mientras fingía escuchar el inmerecido sermón. En cierta ocasión, le sonaba haber escuchado de boca de un anciano sabio enano que, en situaciones límites, lo mejor siempre era buscar una forma de abstraerse del ''dolor''; cavilar un tanto sobre lo que se les cerniría encima en cuestión de minutos no sonaba del todo mal, si con ello conseguía tornar un pelín más ameno el viaje junto a su angustiado compañero. Craso error: la perspectiva de batallar codo con codo -o frente con codo, en su caso- junto con humanos le resultaba poco menos que repulsivo. ¿Cómo acabé yo sometida a este abusivo, deshonroso e impío castigo? Gruñó con mala uva, y es que, muy a su pesar, ya se sabía la respuesta a esa retórica pregunta.
Si había terminado en aquella situación era porque, en el fondo, siempre había sido demasiado buena y leal a los suyos. Quizás la sola idea de tratar como a un igual a un hombre del Imperio le causara escalofríos, mas la de imaginarse a su Khorgrim muriendo a manos de algún mediano traidor a los verdaderos preceptos de su raza le robaba el aliento y el sueño. Aspiró con fuerza y entornó los ojos ligeramente, a la par que desistía en su cometido de morderse la lengua y se prometía a sí misma, al menos, disfrutar del trayecto.— Maldición, ¿insinúas que no podré emborracharme sobre los cadáveres de esos gilipollas?
La broma carecía de gracia, pero Runa creía haberse ganado a pulso el derecho a comportarse de manera indecorosa un rato... al menos hasta reunirse con las tropas humanas. Algunas miradas acusadoras se clavaron en su nuca tras escuchar sus palabras, sin embargo, a lomos de Garganta Férrea, su letal y colosal montura, le resultaba sencillo pasar por encima de minucias como la falsa ética que muchos de los enanos de Karaz-Angorh cargaban ahora sobre sus anchas y levemente hundidas espaldas.—No deberías pensar en eso ahora, Grik. Nuestro hogar queda muy lejos y los asuntos que verdaderamente tendrían que tener tu mollera entretenida son de otra clase: por ejemplo, tu padre nos ha endosado varias tropas con cara de gato mojado. Míralos, se les notarían las malas pulgas a cuatro mil millas de distancia.—chasqueó la lengua con resquemor, disconforme con los soldados escogidos para la misión. Nadie que todavía guardara un atisbo de fraternidad hacia los medianos del Reino del León poseía la temple y el carácter necesarios para un cometido como el que sostenían en sus manos. Vacilarían, y eso les costaría la vida. ¿Y a ti qué te importa lo que sea de ellos? Prefirió no contestarse en aquella ocasión.—No entiendo de política, ya lo sabes, pero considero que, por muchas intrigas cortesanas aparentemente a nuestro favor que se cuezan en los salones de tu padre, al final, nuestra empresa está condenada a resolverse con rugidos, garras y fuego a discreción. Los malabarismos diplomáticos tendrán alguna utilidad tras la guerra, no antes.
Torció el gesto un momento antes de divisar el campamento imperial asentado a una veintena de metros de distancia de su propia posición, pues Garganta Férrea tenía la agradable costumbre de contonear su musculosa cola a ras de suelo en cuanto barruntaba -gracias a sus admirables sentidos- una posible presa o divertimento para la hora de cenar. Aunque Runa prefería llamarlo su sexto sentido.—Puaj, humanos.—masculló a modo de escueto e insonoro saludo, deseando dejar manifiesto de su profundo descontento hacia el proceder de la campaña. ¿De verdad era estrictamente necesario cooperar con aberrantes imperiales y demás criaturas que portaran consigo? Menos mal que Khorgrim aflojó las riendas de sus pocas ganas de fiesta y consintió que, al menos, se exhibieran: caldear el ambiente siempre se le había dado a Runa exquisitamente bien. Un leve apretón en las bridas bastó para que su bestia comprendiera la situación y frenara su marcha un instante: el suficiente como para que se alzara cuan largo era y profiriera un profundo y desgarrador chillido que sesgó el cielo diurno deseoso de causar escándalo. Varios soldados de las tropas enanas encogieron los hombros -tal que si una tiza acabara de rallar una pizarra-, alzaron sus armas, emprendieron de nuevo el espectacular avance y corearon el rugir del dragón al unísono. Por su parte, Runa tan sólo quería dejar una cosa bien clara: no venía a hacer amigos.
Frente a la linde que marcaba el principio del campamento y el final de su caminar, desmontó de Garganta Férrea sin poder abandonar una sensación de inquietud que acababa de enquistarse en su pecho. Le palmeó el cuello con ahínco, fingiendo tranquilizarle a él cuando la asustada era ella misma, pues no hay peor sentimiento que el de indefensión; erguida sobre sus dos menudas piernas, Runa se sintió, después de muchas cabalgadas y batallas a cuestas, pequeña ante lo que la esperaba dentro del territorio supuestamente aliado. Pensó que, quizás, aquello le venía grande... y entonces alzó la mirada y sus ojos dieron de lleno contra la imagen del que consideraba su Rey desde mucho, pero que mucho, tiempo atrás. Con la cabeza alta, los iris empapados de un manto de orgullo y seguridad y su armadura reluciente a lomos de su oscuro carnero, parecía salido de la más brillante de las leyendas. Entonces se dijo a sí misma que estaba a punto de vivir de lleno uno de esos momentos que más tarde se contarían en las historias, los libros y las canciones, que no depositaría sus pupilas en la tierra porque su gran sueño comenzaba a tomar forma. Querías experimentar las proezas en tu propia carne y aquí estás: a un instante de lograrlo. Mírale, mírate, míranos... nos temen y respetan a partes iguales. Respiró hondo, hinchió el pecho de orgullo y juró en silencio proteger el latido de Khorgrim hasta que el suyo propio se lo permitiera.
Pasó por alto el observar severo de Khorgrim y avanzó junto a él sin apenas pestañear, con la nariz torcida en un gesto de desconfianza y desaprobación. Los puñeteros humanos se habían atrevido a equiparar su eminente estandarte con el del Imperio: una afrenta que iba directa a sus entrañas. Hundió las botas en el suelo y escudriñó a Augusto Máximo con cierto mal disimulado despecho: su pinta afable no conseguía engañarla ni un pelo. Va de amable, pero mira cómo su nombre le endiosa. Todos los hombres eran iguales: se creían la autoridad máxima -valga la redundancia- a cualquier precio. Panaderos, agricultores, ganaderos, pescadores... daba lo mismo, cada uno de ellos trataría de ponerse por encima de sus congéneres por medio de la palabra y no de la acción. Bufó por lo bajo, realizó un barrido visual hacia la izquierda y... reparó en una elfa a un lado del general canoso. Oh, aquello sí que no... por ahí sí que no pasaba.—¿Qué hace aquí una de esos lechuguinos?—apretó los dientes, furibunda. Enseguida lamentó haber desobedecido la petición de Khorgrim, pero nunca se le había dado precisamente bien el mantener la boca cerrada. Se acercó un paso más a su comandante, formó una línea recta con los labios y le susurró al oído.—Te apuesto una decena de rebanadas de pan de cebada lóbrego y dos buenas jarras de cerveza a que se la folla todas las noches mientras ella le bisbisea al oído: "Oh, mi señor, hasta ahora, ahí sólo han entrado ramitas de roble y abedul, tenga cuidado".
Si había terminado en aquella situación era porque, en el fondo, siempre había sido demasiado buena y leal a los suyos. Quizás la sola idea de tratar como a un igual a un hombre del Imperio le causara escalofríos, mas la de imaginarse a su Khorgrim muriendo a manos de algún mediano traidor a los verdaderos preceptos de su raza le robaba el aliento y el sueño. Aspiró con fuerza y entornó los ojos ligeramente, a la par que desistía en su cometido de morderse la lengua y se prometía a sí misma, al menos, disfrutar del trayecto.— Maldición, ¿insinúas que no podré emborracharme sobre los cadáveres de esos gilipollas?
La broma carecía de gracia, pero Runa creía haberse ganado a pulso el derecho a comportarse de manera indecorosa un rato... al menos hasta reunirse con las tropas humanas. Algunas miradas acusadoras se clavaron en su nuca tras escuchar sus palabras, sin embargo, a lomos de Garganta Férrea, su letal y colosal montura, le resultaba sencillo pasar por encima de minucias como la falsa ética que muchos de los enanos de Karaz-Angorh cargaban ahora sobre sus anchas y levemente hundidas espaldas.—No deberías pensar en eso ahora, Grik. Nuestro hogar queda muy lejos y los asuntos que verdaderamente tendrían que tener tu mollera entretenida son de otra clase: por ejemplo, tu padre nos ha endosado varias tropas con cara de gato mojado. Míralos, se les notarían las malas pulgas a cuatro mil millas de distancia.—chasqueó la lengua con resquemor, disconforme con los soldados escogidos para la misión. Nadie que todavía guardara un atisbo de fraternidad hacia los medianos del Reino del León poseía la temple y el carácter necesarios para un cometido como el que sostenían en sus manos. Vacilarían, y eso les costaría la vida. ¿Y a ti qué te importa lo que sea de ellos? Prefirió no contestarse en aquella ocasión.—No entiendo de política, ya lo sabes, pero considero que, por muchas intrigas cortesanas aparentemente a nuestro favor que se cuezan en los salones de tu padre, al final, nuestra empresa está condenada a resolverse con rugidos, garras y fuego a discreción. Los malabarismos diplomáticos tendrán alguna utilidad tras la guerra, no antes.
Torció el gesto un momento antes de divisar el campamento imperial asentado a una veintena de metros de distancia de su propia posición, pues Garganta Férrea tenía la agradable costumbre de contonear su musculosa cola a ras de suelo en cuanto barruntaba -gracias a sus admirables sentidos- una posible presa o divertimento para la hora de cenar. Aunque Runa prefería llamarlo su sexto sentido.—Puaj, humanos.—masculló a modo de escueto e insonoro saludo, deseando dejar manifiesto de su profundo descontento hacia el proceder de la campaña. ¿De verdad era estrictamente necesario cooperar con aberrantes imperiales y demás criaturas que portaran consigo? Menos mal que Khorgrim aflojó las riendas de sus pocas ganas de fiesta y consintió que, al menos, se exhibieran: caldear el ambiente siempre se le había dado a Runa exquisitamente bien. Un leve apretón en las bridas bastó para que su bestia comprendiera la situación y frenara su marcha un instante: el suficiente como para que se alzara cuan largo era y profiriera un profundo y desgarrador chillido que sesgó el cielo diurno deseoso de causar escándalo. Varios soldados de las tropas enanas encogieron los hombros -tal que si una tiza acabara de rallar una pizarra-, alzaron sus armas, emprendieron de nuevo el espectacular avance y corearon el rugir del dragón al unísono. Por su parte, Runa tan sólo quería dejar una cosa bien clara: no venía a hacer amigos.
Frente a la linde que marcaba el principio del campamento y el final de su caminar, desmontó de Garganta Férrea sin poder abandonar una sensación de inquietud que acababa de enquistarse en su pecho. Le palmeó el cuello con ahínco, fingiendo tranquilizarle a él cuando la asustada era ella misma, pues no hay peor sentimiento que el de indefensión; erguida sobre sus dos menudas piernas, Runa se sintió, después de muchas cabalgadas y batallas a cuestas, pequeña ante lo que la esperaba dentro del territorio supuestamente aliado. Pensó que, quizás, aquello le venía grande... y entonces alzó la mirada y sus ojos dieron de lleno contra la imagen del que consideraba su Rey desde mucho, pero que mucho, tiempo atrás. Con la cabeza alta, los iris empapados de un manto de orgullo y seguridad y su armadura reluciente a lomos de su oscuro carnero, parecía salido de la más brillante de las leyendas. Entonces se dijo a sí misma que estaba a punto de vivir de lleno uno de esos momentos que más tarde se contarían en las historias, los libros y las canciones, que no depositaría sus pupilas en la tierra porque su gran sueño comenzaba a tomar forma. Querías experimentar las proezas en tu propia carne y aquí estás: a un instante de lograrlo. Mírale, mírate, míranos... nos temen y respetan a partes iguales. Respiró hondo, hinchió el pecho de orgullo y juró en silencio proteger el latido de Khorgrim hasta que el suyo propio se lo permitiera.
Pasó por alto el observar severo de Khorgrim y avanzó junto a él sin apenas pestañear, con la nariz torcida en un gesto de desconfianza y desaprobación. Los puñeteros humanos se habían atrevido a equiparar su eminente estandarte con el del Imperio: una afrenta que iba directa a sus entrañas. Hundió las botas en el suelo y escudriñó a Augusto Máximo con cierto mal disimulado despecho: su pinta afable no conseguía engañarla ni un pelo. Va de amable, pero mira cómo su nombre le endiosa. Todos los hombres eran iguales: se creían la autoridad máxima -valga la redundancia- a cualquier precio. Panaderos, agricultores, ganaderos, pescadores... daba lo mismo, cada uno de ellos trataría de ponerse por encima de sus congéneres por medio de la palabra y no de la acción. Bufó por lo bajo, realizó un barrido visual hacia la izquierda y... reparó en una elfa a un lado del general canoso. Oh, aquello sí que no... por ahí sí que no pasaba.—¿Qué hace aquí una de esos lechuguinos?—apretó los dientes, furibunda. Enseguida lamentó haber desobedecido la petición de Khorgrim, pero nunca se le había dado precisamente bien el mantener la boca cerrada. Se acercó un paso más a su comandante, formó una línea recta con los labios y le susurró al oído.—Te apuesto una decena de rebanadas de pan de cebada lóbrego y dos buenas jarras de cerveza a que se la folla todas las noches mientras ella le bisbisea al oído: "Oh, mi señor, hasta ahora, ahí sólo han entrado ramitas de roble y abedul, tenga cuidado".
- Garganta Férrea:
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Re: Los dos ejercitos [Trama]
Al momento que el comandante enano se acercó, mis hombres, automáticamente y de forma marcial, saludan golpeando fuertemente sus guanteletes en sus corazas generando un gran sonido metálico que invade el lugar por unos segundos, un saludo digno para cualquier veterano de guerra.
El mediano inspiraba un aura de autoridad, su mirada era el reflejo mismo de años en el frente de batalla, tenia el presentimiento que, quizás, nos entenderíamos bien al menos al momento de la contienda.
-.¡Shamukh ra ghelekhur aimâ!-. Digo en khuzdul mientras le estrecho la mano a Khorgrim, al mismo tiempo que lo miro directamente a los ojos-. No es necesario seguir con esos protocolos sociales de mierda que gustan de los politicos Khorgrim, solo llámame Augusto y ella es Aerin mi hija -.Sentencio mientras escucho las desagradables palabras de la enana, las cuales ignoro sin ningún problema, acto que es imitado por mi segunda que hace un saludo legionario-. Sé que tu pueblo desconfía de los míos y tienen buenas razones para ello, pero te aclaro que los tercios de Castellum son muy diferentes a la escoria mediocre que abunda últimamente en nuestra tierra-. Digo seriamente para luego hacer un pequeño gesto al enano para que este me siga hacia el centro de mando-.Aun si no me crees… en el campo de batalla veras a lo que me refiero-. Manifiesto con una afable sonrisa, al mismo tiempo que saludo, con la mirada, a un tercio orco que pasaba por el lugar, esperando a que mi invitado comenzase a caminar.
El mediano inspiraba un aura de autoridad, su mirada era el reflejo mismo de años en el frente de batalla, tenia el presentimiento que, quizás, nos entenderíamos bien al menos al momento de la contienda.
-.¡Shamukh ra ghelekhur aimâ!-. Digo en khuzdul mientras le estrecho la mano a Khorgrim, al mismo tiempo que lo miro directamente a los ojos-. No es necesario seguir con esos protocolos sociales de mierda que gustan de los politicos Khorgrim, solo llámame Augusto y ella es Aerin mi hija -.Sentencio mientras escucho las desagradables palabras de la enana, las cuales ignoro sin ningún problema, acto que es imitado por mi segunda que hace un saludo legionario-. Sé que tu pueblo desconfía de los míos y tienen buenas razones para ello, pero te aclaro que los tercios de Castellum son muy diferentes a la escoria mediocre que abunda últimamente en nuestra tierra-. Digo seriamente para luego hacer un pequeño gesto al enano para que este me siga hacia el centro de mando-.Aun si no me crees… en el campo de batalla veras a lo que me refiero-. Manifiesto con una afable sonrisa, al mismo tiempo que saludo, con la mirada, a un tercio orco que pasaba por el lugar, esperando a que mi invitado comenzase a caminar.
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- Shamukh ra ghelekhur aimâ!= ¡Bienvenido!
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Re: Los dos ejercitos [Trama]
La columna de seiscientos tercios avanzaba mientras Carlos leía de nuevo la carta que había llegado desde Guadalatum, al parecer el imperio había perdido una importante fortaleza y su misión era reunirse con el grueso de las fuerzas para marchas hacía su recuperación, aquello no le gustaba a Carlos, conocía a Augusto Maximo, y aunque le respetaba como general sus ideas politicas chocaban....demasiado. Y respecto a combatir con aquellos bárbaros enanos ¿Qué necesidad había? No necesitaban su ayuda.
Finalmente observaron el gran campamento y como un ejercito parecía que acaba de llegar por la puerta del lado contrario al cual marchaba la columna, Carlos dio media vuelta a su caballo para mirar hacía sus hombres -¡Alzad los estandartes! !Que suenen los tambores! ¡Que esos enanos sean testigos de nuestra llegada!-. Los tambores empezaron a tocar mientras se alzaban los estandartes de la casa de Borgoña y del imperio, a paso disciplinado las tropas entraron en el campamento entonando la marcha característica de los hombres de Ronus.
Los hombres se pararon enfrente de los enanos y Carlos descabalgo del caballo acercándose a los otros dos generales a paso tranquilo, realizo un saludo marcial como cortesía y lanzo una mirada hacia el enano sin ninguna simpatía y después hacia Augusto al cual le entrego la carta firmada por el emperador -Hemos venido a reforzar la fuerza principal, seiscientos tercios de elite como fuerzas de apoyo para la toma del castillo-. Carlos se retiro los guantes de cuero de las manos mientras paseaba una mirada sobre los dos generales -Tengo noticias de la capital, seria mejor hablarlo en un ambiente mas...privado-.
Finalmente observaron el gran campamento y como un ejercito parecía que acaba de llegar por la puerta del lado contrario al cual marchaba la columna, Carlos dio media vuelta a su caballo para mirar hacía sus hombres -¡Alzad los estandartes! !Que suenen los tambores! ¡Que esos enanos sean testigos de nuestra llegada!-. Los tambores empezaron a tocar mientras se alzaban los estandartes de la casa de Borgoña y del imperio, a paso disciplinado las tropas entraron en el campamento entonando la marcha característica de los hombres de Ronus.
Los hombres se pararon enfrente de los enanos y Carlos descabalgo del caballo acercándose a los otros dos generales a paso tranquilo, realizo un saludo marcial como cortesía y lanzo una mirada hacia el enano sin ninguna simpatía y después hacia Augusto al cual le entrego la carta firmada por el emperador -Hemos venido a reforzar la fuerza principal, seiscientos tercios de elite como fuerzas de apoyo para la toma del castillo-. Carlos se retiro los guantes de cuero de las manos mientras paseaba una mirada sobre los dos generales -Tengo noticias de la capital, seria mejor hablarlo en un ambiente mas...privado-.
- Spoiler:
- Marcha de los hombres de Ronus
Carlos Borgoña
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Re: Los dos ejercitos [Trama]
Fue entonces asaltado por las palabras de uno y otro, casi al unísono de manera que Khorgrim apenas pudo reaccionar a todas ellas. Directo como solía serlo su propia especie y con una risotada que ocultó rápidamente con una grave tos a causa de los comentarios de Runa, estrecho la mano de Augusto con un gesto solemne e impertérrito. Se sorprendió al instante en que contempló el rostro de Augusto, pues, el ensombrecido enano poseía unas cualidades analíticas que mas que sorprendentes, eran interesantes. Se percató de las marcas de la edad en su cara; canas, arrugas y quizás algún rastro de cicatriz minúsculas que parecían haber hendido su piel hará años. Contempló en los minúsculos instantes que componían aquel gesto gentil entre ambos como un hecho insólito, en el que hombre y mediano colaboraban de forma afable e incluso, llegó a pensar cuanta verdad había en las palabras de Augusto.
-. No es necesario seguir con esos protocolos sociales de mierda que gustan de los políticos Khorgrim, solo llámame Augusto y ella es Aerin mi hija - Dijo con la misma cordialidad con la que le recibió a los que respondió con un cabeceo y una leve sonrisa. A Khorgrim le interesaban las ideas de integración de la provincia de Castellum, y aunque al leer los sendos escritos sobre la región le parecieron un sueño inalcanzable halló su respuesta de una forma que no habría imaginado.
- Por suerte para nosotros no hemos venido a discutir esa clase de majaderías insufladas de puñeteros adornos. Augusto, agradezco de veras que seas tu y no otro quien represente al Imperio esta jornada. - Termino por decir, con un inusual tono cordial que parecia realmente forzado en su voz profunda y autoritaria, algo que quiso compensar vanamente con un cabeceo, tratando de dotar a sus palabras de algo mas de veracidad con ello.
-. Sé que tu pueblo desconfía de los míos y tienen buenas razones para ello, pero te aclaro que los tercios de Castellum son muy diferentes a la escoria mediocre que abunda últimamente en nuestra tierra-. Aquello le pareció un asunto mas que zanjado a Khorgrim, y su impaciencia brotó como era costumbre.
- De veras, no es necesario seguir con esto, Augusto. Lo único que realmente espero es un respeto mutuo, quizás no uno cálido pero si el suficiente para colaborar y nada mas. Ambos lo encontraremos adecuado ¿No es así? - Terció con un tono que inducia mas al genio. A Khorgrim cualquier conversación altisonante le parecía tediosa, insoportable y aquellas eran palabras vanas, papel mojado que no provocaría absolutamente ningún efecto en ninguno de los dos.
- Aun si no me crees… en el campo de batalla veras a lo que me refiero. - Volvió a insistir, provocando que el adusto mediano ladeara el rostro apretando los labios entre si en un gesto de incomodidad indescifrable por su tupida barba cobriza. Alzo entonces la diestra aclarando sin mas palabras, que no tenían que seguir por ese camino; seria inútil. Aquello pudo representar el final de la conversación, pero justo cuando Khorgrim se disponía a abrir la boca, fue acallado en su desconcierto por tambores procedentes de su izquierda. Aguzó la vista al principio contrariado para observar banderas imperiales de provincias desconocidas para el. Frunció el ceño por la sorpresa, aquello era innecesario.
- ¿Se puede saber quien demonios son esos? - Aseveró con evidente mal genio. Incluso, fue testigo de como su escolta personal agarraban sus martillos ennegrecidos con mas fuerzas, con un malestar difícil de ignorar: se encontraban rodeados de orcos como uno que acababa de pasar justo a su lado, elfos como la que se presentaba ante ellos y hombres armados que saludaban con movimientos raudos que los ponía nerviosos. Incluso comenzaron a cerrar filas lentamente en torno a Khorgrim y Runa mirando a los lados en una angustiosa vigilia. Khorgrim los apartó con brusquedad de si con el gesto encolerizado.
- Mi señor... nos rodean, sucios... -
- ¡Basta! ¡Guardad silencio! Mantened la posición sin ceder un paso, no os mostréis temerosos. No es el momento de mostrarse exaltados, joder. - Susurró entre gestos agresivos que suscitaban un lenguaje corporal realmente enfadado. Khorgrim no era de enfado fácil, pero cualquiera que le contrariase encontraba un terco enano cuya rabia ardía a fuego lento que si bien no era intensa, su duración era casi eterna. Justo cuando terminó sus reprimendas y sus hombres clavaron los pies en la hierba imperial, llegó Carlos Borgoña y su banda de pendencieros fanfarrones. Apenas contempló la ostentosa entrada y Khorgrim sintió una punzada en su paciencia
"¿Quien cojones se creen que son?" Pensó de inmediato al ver a esos cochambrosos tercios de Borgoña ante sus magníficos guerreros, sus escoltas gruñeron formando frente a los recién llegados, gesto que no les discutió. Aquella mirada que le dirigió el imberbe Carlos fue respondida con otra de singular desagrado. Si bien toleraba a la humanidad, el comportamiento indecente e intencionadamente condescendiente de aquellos hombres era intolerable.
- Hemos venido a reforzar la fuerza principal, seiscientos tercios de élite como fuerzas de apoyo para la toma del castillo- Dijo, al tiempo que le entregaba una carta a Augusto para mayor vergüenza y ultraje hacia Khorgrim ¿Que secretos guardaban esos miserables imperiales que no podían compartir con un amigo declarado? ¡Injurias y traiciones, sin duda! En Khorgrim podía advertirse la afrenta, con el ceño fruncido y la mirada rabiosa. - Tengo noticias de la capital, seria mejor hablarlo en un ambiente mas...privado-. Terminó por decir. Y aquello no conocía perdón alguno.
- ¿Que es esto? ¿¡Que clase de afrenta gratuita es esta!? ¿Se puede saber quien demonios se cree que es usted, jodido lampiño? - Dijo, o mas bien gritó con un torrente denso y profundo que suscitaba una ira nacida de la contrariedad. Aquellos gestos pomposos habían resultado ser una afrenta, un agravio en esta delicada situación ¿Quien demonios había sido el triste payaso que se conminó a enviar semejante esperpento al mando de una fuerza de miserables pendencieros? - Augusto, esto es un ultraje... - Dijo con voz ronca y baja, torciendo el gesto ante la soberbia de Carlos, cuyo triste bigotillo le pareció a Khorgrim una lombriz tostada al sol que languidecía su existencia. Respiró profundamente y volvió a la carga. - Por todos los infiernos... he ansiado con solemnidad esta colaboración, ardía en deseos de hacerlo y ahora viene... - Alzó la diestra tratando de señalar que sus acusaciones iban dirigidas a Carlos sin lugar a dudas. - ... este impresentable necio con sus gestos hostiles y amanerados. No voy a avergonzar el nombre de mi familia colaborando con este sucio jovenzuelo imberbe al que apenas le han crecido dos pelos en los cojones ¡Lárgate de aquí antes de que eches en tierra todo esto! ¡Me importan una mierda tu o tus hombres, largaos! - Gritó con una evidente irá que se concentraba en Carlos y sus hombres. Su escolta avanzó un paso formando una linea de cinco bramante enanos de armaduras oscuras mientras un sexto retrocedía con celeridad hacia la lejana y nerviosa tropa Acero Sombrío, cuyos soldados ya gritaban alarmados ante la presencia de un ejército del que no habían sido advertidos. El ambiente, tenso y crudo, podía desencadenar en algo impensable.
-. No es necesario seguir con esos protocolos sociales de mierda que gustan de los políticos Khorgrim, solo llámame Augusto y ella es Aerin mi hija - Dijo con la misma cordialidad con la que le recibió a los que respondió con un cabeceo y una leve sonrisa. A Khorgrim le interesaban las ideas de integración de la provincia de Castellum, y aunque al leer los sendos escritos sobre la región le parecieron un sueño inalcanzable halló su respuesta de una forma que no habría imaginado.
- Por suerte para nosotros no hemos venido a discutir esa clase de majaderías insufladas de puñeteros adornos. Augusto, agradezco de veras que seas tu y no otro quien represente al Imperio esta jornada. - Termino por decir, con un inusual tono cordial que parecia realmente forzado en su voz profunda y autoritaria, algo que quiso compensar vanamente con un cabeceo, tratando de dotar a sus palabras de algo mas de veracidad con ello.
-. Sé que tu pueblo desconfía de los míos y tienen buenas razones para ello, pero te aclaro que los tercios de Castellum son muy diferentes a la escoria mediocre que abunda últimamente en nuestra tierra-. Aquello le pareció un asunto mas que zanjado a Khorgrim, y su impaciencia brotó como era costumbre.
- De veras, no es necesario seguir con esto, Augusto. Lo único que realmente espero es un respeto mutuo, quizás no uno cálido pero si el suficiente para colaborar y nada mas. Ambos lo encontraremos adecuado ¿No es así? - Terció con un tono que inducia mas al genio. A Khorgrim cualquier conversación altisonante le parecía tediosa, insoportable y aquellas eran palabras vanas, papel mojado que no provocaría absolutamente ningún efecto en ninguno de los dos.
- Aun si no me crees… en el campo de batalla veras a lo que me refiero. - Volvió a insistir, provocando que el adusto mediano ladeara el rostro apretando los labios entre si en un gesto de incomodidad indescifrable por su tupida barba cobriza. Alzo entonces la diestra aclarando sin mas palabras, que no tenían que seguir por ese camino; seria inútil. Aquello pudo representar el final de la conversación, pero justo cuando Khorgrim se disponía a abrir la boca, fue acallado en su desconcierto por tambores procedentes de su izquierda. Aguzó la vista al principio contrariado para observar banderas imperiales de provincias desconocidas para el. Frunció el ceño por la sorpresa, aquello era innecesario.
- ¿Se puede saber quien demonios son esos? - Aseveró con evidente mal genio. Incluso, fue testigo de como su escolta personal agarraban sus martillos ennegrecidos con mas fuerzas, con un malestar difícil de ignorar: se encontraban rodeados de orcos como uno que acababa de pasar justo a su lado, elfos como la que se presentaba ante ellos y hombres armados que saludaban con movimientos raudos que los ponía nerviosos. Incluso comenzaron a cerrar filas lentamente en torno a Khorgrim y Runa mirando a los lados en una angustiosa vigilia. Khorgrim los apartó con brusquedad de si con el gesto encolerizado.
- Mi señor... nos rodean, sucios... -
- ¡Basta! ¡Guardad silencio! Mantened la posición sin ceder un paso, no os mostréis temerosos. No es el momento de mostrarse exaltados, joder. - Susurró entre gestos agresivos que suscitaban un lenguaje corporal realmente enfadado. Khorgrim no era de enfado fácil, pero cualquiera que le contrariase encontraba un terco enano cuya rabia ardía a fuego lento que si bien no era intensa, su duración era casi eterna. Justo cuando terminó sus reprimendas y sus hombres clavaron los pies en la hierba imperial, llegó Carlos Borgoña y su banda de pendencieros fanfarrones. Apenas contempló la ostentosa entrada y Khorgrim sintió una punzada en su paciencia
"¿Quien cojones se creen que son?" Pensó de inmediato al ver a esos cochambrosos tercios de Borgoña ante sus magníficos guerreros, sus escoltas gruñeron formando frente a los recién llegados, gesto que no les discutió. Aquella mirada que le dirigió el imberbe Carlos fue respondida con otra de singular desagrado. Si bien toleraba a la humanidad, el comportamiento indecente e intencionadamente condescendiente de aquellos hombres era intolerable.
- Hemos venido a reforzar la fuerza principal, seiscientos tercios de élite como fuerzas de apoyo para la toma del castillo- Dijo, al tiempo que le entregaba una carta a Augusto para mayor vergüenza y ultraje hacia Khorgrim ¿Que secretos guardaban esos miserables imperiales que no podían compartir con un amigo declarado? ¡Injurias y traiciones, sin duda! En Khorgrim podía advertirse la afrenta, con el ceño fruncido y la mirada rabiosa. - Tengo noticias de la capital, seria mejor hablarlo en un ambiente mas...privado-. Terminó por decir. Y aquello no conocía perdón alguno.
- ¿Que es esto? ¿¡Que clase de afrenta gratuita es esta!? ¿Se puede saber quien demonios se cree que es usted, jodido lampiño? - Dijo, o mas bien gritó con un torrente denso y profundo que suscitaba una ira nacida de la contrariedad. Aquellos gestos pomposos habían resultado ser una afrenta, un agravio en esta delicada situación ¿Quien demonios había sido el triste payaso que se conminó a enviar semejante esperpento al mando de una fuerza de miserables pendencieros? - Augusto, esto es un ultraje... - Dijo con voz ronca y baja, torciendo el gesto ante la soberbia de Carlos, cuyo triste bigotillo le pareció a Khorgrim una lombriz tostada al sol que languidecía su existencia. Respiró profundamente y volvió a la carga. - Por todos los infiernos... he ansiado con solemnidad esta colaboración, ardía en deseos de hacerlo y ahora viene... - Alzó la diestra tratando de señalar que sus acusaciones iban dirigidas a Carlos sin lugar a dudas. - ... este impresentable necio con sus gestos hostiles y amanerados. No voy a avergonzar el nombre de mi familia colaborando con este sucio jovenzuelo imberbe al que apenas le han crecido dos pelos en los cojones ¡Lárgate de aquí antes de que eches en tierra todo esto! ¡Me importan una mierda tu o tus hombres, largaos! - Gritó con una evidente irá que se concentraba en Carlos y sus hombres. Su escolta avanzó un paso formando una linea de cinco bramante enanos de armaduras oscuras mientras un sexto retrocedía con celeridad hacia la lejana y nerviosa tropa Acero Sombrío, cuyos soldados ya gritaban alarmados ante la presencia de un ejército del que no habían sido advertidos. El ambiente, tenso y crudo, podía desencadenar en algo impensable.
Khorgrim Acero Sombrío
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Re: Los dos ejercitos [Trama]
La danza de cejas que siguió a las acciones del añejo canoso fue una mezcla entre recelosa e irritada. Primero, porque escuchar su lengua en boca de un vejestorio chapado en hojalata (Runa no encontraba nada digno en la senectud humana, pues, a diferencia de la enana, a sus ojos tan sólo acarreaba enfermedades y dejadez) erizaba cada uno de los cortos pelillos de su nuca e insultaba directamente a su honor. Segundo, porque, si ya la imagen del general imperial fornicándose a una elfa bajo las estrellas en una cálida noche de verano ya le resultaba lo suficientemente mala como para conseguir que quisiera vomitar, la de que alguna clase de descendencia con inteligencia propia pudiera salir de ahí lograba que deseara arrancarse los ojos y dárselos de comer a Garganta Férrea en un acto de piedad hacia sí misma. Y tercero, pero no menos importante, porque la camaradería que tanto Khorgrim como Augusto se estaban empeñando en sostener el máximo tiempo posible la sacaba de quicio paulatinamente. Aflojó la mandíbula al darse cuenta de que había comenzado a rechinar los dientes, trazó una mueca a medio camino entre la socarronería y la mala uva y frunció el ceño cuanto su frente se lo permitió.— Una cosa no quita la otra.—murmuró por lo bajo, como queriendo tener, a pesar de todo, la última palabra sobre su broma anterior. Bailó la mirada por el perímetro circundante fingiendo indiferencia, tal que si el vaivén de palabras y promesas cordiales no la atañera a ella... Y en cierto modo así lo sentía, pues, sin importar los tratos diligentes a los que llegaran los enanos de Karaz-Angoth y las gentes de Castellum, Runa sabía de sobra que nunca terminarían de arribar a buen puerto. Le costaba mantenerse callada mientras era testigo de la tamaña afrenta que suponía el contemplar a un mediano y a un hombre estrecharse mutuamente la mano (el segundo debería, más bien, estar postrándose ante el primero), mas otro paso en falso por su parte y la risotada acatarrada de Khorgrim se convertiría en una estruendosa reprimenda. Apretó los labios y se aferró a la escucha.
Mala decisión por su parte: el sonido de los tambores de los Borgoña taladró sus tímpanos sin ritmo ni coordinación. Lo que para otros podría ser música, a ella se le antojó puro y demoledor ruido.— ¿Qué clase de mariconada infame es esta, Grik?—le espetó a su general, justo un momento antes de averiguar que él tampoco comprendía qué cojones sucedía a su alrededor. Imitando de forma un tanto más sutil el proceder de los demás miembros de la escolta, Runa llevó la mano a su ballesta y entrecerró los párpados, con desprecio, mientras vigilaba los movimientos de las tropas recién llegadas. El hedor a humanucho es insoportable. Posó el dorso de su zurda bajo su nariz, tal que si verdaderamente los imperiales rezumaran un olor insoportable para los enanos... uno parecido a una amalgama de erróneo orgullo y deslealtad desmedida.
Odio a los humanos.
Abrió y cerró ambas manos intentando descargar lo que fuera. Rabia, impotencia, frustración, miedo o hastío. ¿Odio? Quiso salir fuera del círculo en el que se encontraban atrapados en busca de Garganta Férrea, pero supo que una vez en el exterior no sabría exactamente qué hacer. Quizás, reducirlos a todos a meras cenizas... Observó a las gentes que los rodeaban y la rabia que anegó el rostro de su Rey. De pronto, comprendió que ya de poco serviría que ella explotase porque Khogrim ya se le había adelantado. Odio a los humanos, odio a los humanos, odio a los hu... se obligó a cesar en su compulsivo pensar. Necesitaba poner freno a su sentimiento de vulnerabilidad, prestar atención a su general y acorralar al pánico.
— ¿De verdad consideran a esa mierda una marcha de guerra? ¿Así es cómo libran sus batallas? ¿cantándoles nanas a sus enemigos? ¡Já!—la burla, la mala leche y el despecho se entremezclaron en sus palabras con el único fin de tranquilizar sus ánimos y los de sus confundidas huestes. El espanto se había extendido como la pólvora a lo largo de sus regias filas, un punto que no jugaría a su favor si una batalla llegaba verdaderamente a desencadenarse de un momento a otro. Sustituir el horror por el honor ayudaría a caldear el ambiente y mantener ardientes los corazones de los enanos, pues no hay mayor peligro que encontrarte de frente con un mediano encolerizado y envalentonado por la promesa de defender a su raza y degollar a aquellos que osaron traicionarlos. Perder la confianza de un miembro de Karaz-Angoth implicaba una muerte lenta y dolorosa... para ti, por supuesto. Si lograba incrustar en sus entrañas las ansias de vengar el ultraje antes de que lo hicieran las de salir corriendo, sus probabilidades de afrontar el enfrentamiento se inclinarían claramente a su favor. Runa tenía... o quería tener fé en ello. Se apartó un mechón rebelde de delante del rostro, lo atrapó tras una de sus orejas y fijó sus iris pálidos en los ademanes enfurecidos de Khorgrim: para poder resultarle de utilidad necesitaba mantener la mente despejada y alerta. Los escoltas enanos plantaron cara a los recién llegados, gesto que la propia Runa imitó, quedándose en su caso un paso por delante y unos centímetros hacia la izquierda de su robusto general mediano. La amenaza en sus facciones era clara, sencilla y directa: si osaban atentar contra su vida, lo pagarían con sus venas aortas desparramadas por el agrio terreno.
Y entonces un tal Carlos se adelantó, depositando una carta en manos de Augusto Máximo y ultrajando a los enanos con una mirada que no dejaba entrever ni pizca del adusto respeto mutuo que Khorgrim había pedido para los suyos minutos atrás. Runa lamentó profundamente que su predicción se hubiera dado con tanta celeridad: las palabras buenas ya parecían cosa de tiempos lejanos y ni les había dado tiempo a adoptar una mejor posición frente al conflicto. Se revolvió en el sitio, experimentando una intensa aversión hacia Carlos Borgoña y su deshonroso y hortera bigotillo que la obligó a jurarse a sí misma que, algún día, les daría una muerte igual de vergonzosa a ambos.— ¿Quién cojones es este fantoche que se atreve a ignorar a los enanos de Karaz-Angoth como si se creyera mejor que nosotros? Joder, fíjate en eso que le cuelga del labio... ¡Es un hurón muerto! ¿Es alguna jodida clase de broma aberrante contra nuestros barbaslargas? ¿trata de satirizarnos? ¡Merece la muerte!—quizás debería haber guardado un poco más de cuidado a la hora de decir todo aquello, pero Runa no sabía cómo cojones ponerse un filtro... La diplomacia no era lo suyo, y no le importaba ni un ápice reconocerlo a voz alzada. Elevó la barbilla, retando al nuevo general a que se atreviera a enfrentarla si tenía cojones. Y luego se produjo el apoteosis de la afrenta: pretendían reunirse en una habitación privada sin ellos. La paranoia de Khorgrim se le contagió de inmediato: creció en su cerebro, se filtró a su torrente sanguíneo y, en cuestión de segundos, ya era tan suya como de él.
Un bajo pero ronco gruñido se escapó de entre sus labios en señal de aviso, convirtiéndose el arisco sonidito en un peligroso aderezo del atronador monólogo de Khorgrim, pues sus rasgos iban abandonando paulatinamente la mofa para dejar paso a la descarnada e inclemente ira.— ¿Te lo dije o no te lo dijes, Grik? ¡Colaborar con humanos es una insensata y estúpida gilipollez! No conocen ni del honor ni de la fraternidad: no son más que animales carroñeros que corren detrás de los méritos fáciles y las elfas promiscuas que se encuentran mientras se la cascan al pie de un manzano.—soltó con crudeza y rabia. Escupió en el suelo, hundió sus botas en la tierra y ahora sí que no le importó ni lo más mínimo rechinar los dientes. Estaba enfadada y eso sólo podía traer consigo una única cosa: cenizas.
Mala decisión por su parte: el sonido de los tambores de los Borgoña taladró sus tímpanos sin ritmo ni coordinación. Lo que para otros podría ser música, a ella se le antojó puro y demoledor ruido.— ¿Qué clase de mariconada infame es esta, Grik?—le espetó a su general, justo un momento antes de averiguar que él tampoco comprendía qué cojones sucedía a su alrededor. Imitando de forma un tanto más sutil el proceder de los demás miembros de la escolta, Runa llevó la mano a su ballesta y entrecerró los párpados, con desprecio, mientras vigilaba los movimientos de las tropas recién llegadas. El hedor a humanucho es insoportable. Posó el dorso de su zurda bajo su nariz, tal que si verdaderamente los imperiales rezumaran un olor insoportable para los enanos... uno parecido a una amalgama de erróneo orgullo y deslealtad desmedida.
Odio a los humanos.
Abrió y cerró ambas manos intentando descargar lo que fuera. Rabia, impotencia, frustración, miedo o hastío. ¿Odio? Quiso salir fuera del círculo en el que se encontraban atrapados en busca de Garganta Férrea, pero supo que una vez en el exterior no sabría exactamente qué hacer. Quizás, reducirlos a todos a meras cenizas... Observó a las gentes que los rodeaban y la rabia que anegó el rostro de su Rey. De pronto, comprendió que ya de poco serviría que ella explotase porque Khogrim ya se le había adelantado. Odio a los humanos, odio a los humanos, odio a los hu... se obligó a cesar en su compulsivo pensar. Necesitaba poner freno a su sentimiento de vulnerabilidad, prestar atención a su general y acorralar al pánico.
— ¿De verdad consideran a esa mierda una marcha de guerra? ¿Así es cómo libran sus batallas? ¿cantándoles nanas a sus enemigos? ¡Já!—la burla, la mala leche y el despecho se entremezclaron en sus palabras con el único fin de tranquilizar sus ánimos y los de sus confundidas huestes. El espanto se había extendido como la pólvora a lo largo de sus regias filas, un punto que no jugaría a su favor si una batalla llegaba verdaderamente a desencadenarse de un momento a otro. Sustituir el horror por el honor ayudaría a caldear el ambiente y mantener ardientes los corazones de los enanos, pues no hay mayor peligro que encontrarte de frente con un mediano encolerizado y envalentonado por la promesa de defender a su raza y degollar a aquellos que osaron traicionarlos. Perder la confianza de un miembro de Karaz-Angoth implicaba una muerte lenta y dolorosa... para ti, por supuesto. Si lograba incrustar en sus entrañas las ansias de vengar el ultraje antes de que lo hicieran las de salir corriendo, sus probabilidades de afrontar el enfrentamiento se inclinarían claramente a su favor. Runa tenía... o quería tener fé en ello. Se apartó un mechón rebelde de delante del rostro, lo atrapó tras una de sus orejas y fijó sus iris pálidos en los ademanes enfurecidos de Khorgrim: para poder resultarle de utilidad necesitaba mantener la mente despejada y alerta. Los escoltas enanos plantaron cara a los recién llegados, gesto que la propia Runa imitó, quedándose en su caso un paso por delante y unos centímetros hacia la izquierda de su robusto general mediano. La amenaza en sus facciones era clara, sencilla y directa: si osaban atentar contra su vida, lo pagarían con sus venas aortas desparramadas por el agrio terreno.
Y entonces un tal Carlos se adelantó, depositando una carta en manos de Augusto Máximo y ultrajando a los enanos con una mirada que no dejaba entrever ni pizca del adusto respeto mutuo que Khorgrim había pedido para los suyos minutos atrás. Runa lamentó profundamente que su predicción se hubiera dado con tanta celeridad: las palabras buenas ya parecían cosa de tiempos lejanos y ni les había dado tiempo a adoptar una mejor posición frente al conflicto. Se revolvió en el sitio, experimentando una intensa aversión hacia Carlos Borgoña y su deshonroso y hortera bigotillo que la obligó a jurarse a sí misma que, algún día, les daría una muerte igual de vergonzosa a ambos.— ¿Quién cojones es este fantoche que se atreve a ignorar a los enanos de Karaz-Angoth como si se creyera mejor que nosotros? Joder, fíjate en eso que le cuelga del labio... ¡Es un hurón muerto! ¿Es alguna jodida clase de broma aberrante contra nuestros barbaslargas? ¿trata de satirizarnos? ¡Merece la muerte!—quizás debería haber guardado un poco más de cuidado a la hora de decir todo aquello, pero Runa no sabía cómo cojones ponerse un filtro... La diplomacia no era lo suyo, y no le importaba ni un ápice reconocerlo a voz alzada. Elevó la barbilla, retando al nuevo general a que se atreviera a enfrentarla si tenía cojones. Y luego se produjo el apoteosis de la afrenta: pretendían reunirse en una habitación privada sin ellos. La paranoia de Khorgrim se le contagió de inmediato: creció en su cerebro, se filtró a su torrente sanguíneo y, en cuestión de segundos, ya era tan suya como de él.
Un bajo pero ronco gruñido se escapó de entre sus labios en señal de aviso, convirtiéndose el arisco sonidito en un peligroso aderezo del atronador monólogo de Khorgrim, pues sus rasgos iban abandonando paulatinamente la mofa para dejar paso a la descarnada e inclemente ira.— ¿Te lo dije o no te lo dijes, Grik? ¡Colaborar con humanos es una insensata y estúpida gilipollez! No conocen ni del honor ni de la fraternidad: no son más que animales carroñeros que corren detrás de los méritos fáciles y las elfas promiscuas que se encuentran mientras se la cascan al pie de un manzano.—soltó con crudeza y rabia. Escupió en el suelo, hundió sus botas en la tierra y ahora sí que no le importó ni lo más mínimo rechinar los dientes. Estaba enfadada y eso sólo podía traer consigo una única cosa: cenizas.
Runa Domafuegos
Enana, J. Wyvern Nv1
Destreza : 8
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Poder : 0
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Vitalidad : 115
Stamina : 40
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Re: Los dos ejercitos [Trama]
Khorgrim escribió:- De veras, no es necesario seguir con esto, Augusto. Lo único que realmente espero es un respeto mutuo, quizás no uno cálido pero si el suficiente para colaborar y nada mas. Ambos lo encontraremos adecuado ¿No es así? –
-.Así es y si se da la oportunidad me gustaría compartir la cerveza que hace un capitán enano muy querido por nosotros-. Digo tranquilamente con una enorme sonrisa que dura casi nada, en cosa de segundos escucho una marcha que se me hacía muy familiar-.Hablando de dolores de culo…-. Digo con toda sinceridad mientras observo como los hijos bastardos de Guadalatum se acercan a nuestro campamento de forma soberbia y hostil-.Lo último que me faltaba, que perros fundamentalistas vinieran a joderme-. Susurro en un tono que el general enano y mi segunda pudieran escuchar sin ningún problema.
Era Borgoña, un general que tuve el gusto de combatir en la batalla de rio de sangre, un gran guerrero, estratega y militar, pero un perro que le ha entregado su razonamientos a dogmas tan arcaicas como la supremacía humana.
La situación estaba tensa, tanto enanos como los tercios de Guadalatum estaban pronto a un conflicto, a un enfrentamiento estúpido e innecesario. No dije nada, solo hice tronar mis dedos para que cincos cañonazos, sin munición, se disparan al cielo con el objetivo de dirigir la atención hacia mi persona.
-.Os recuerdo Borgoña que este campamento está bajo la jurisdicción de Castellum, por ende, por sus leyes… deja toda acción provocativa que altere a mis invitados e interfiera en la sagrada misión entregada por nuestro sublime Emperador. En caso contrario, me veré obligado a aplicar la ley de mi tierra y tú sabes que no tenemos contemplación en hacerlo-. Digo con un tono totalmente diferente, era uno frió que carecía de todo calor humano-. A lo hijos de la roca se les merece respeto, especialmente aquellos que nos han venido ayudar ¿o se te ha olvidado a los medianos que dieron su vida en la batalla de rio de sangre por defender al glorioso Emperador?-. Sentencio mirando directamente a los ojos del general tercio, recordando a orcos, elfos, no muertos, medianos e incluso faericos que habían sacrificado su vida en post de la gloria de la legión y del Imperio.
-. Si la carta que me has pasado contiene información sobre esta misión os invito al centro de mando a todos, sin excepción, a debatir su contenido-.cambio mi mirada hacia el general enano-.Vuestra reacción es entendible pero os pido que bajen vuestras armas-. Digo seriamente, manteniendo una mirada inerte y una voz grave, esperando a que Khorgrim capte que cualquier acción hostil se vería reflejada en una carnicería que solo traería desgracia y haría peligrar nuestros objetivos-.También pido que controles a tu oficial-. Miro a la enana, que ha mantenido una actitud diga de una niña de doce años, con unos ojos severos y analíticos-. Mi gente se caracteriza por tener una gran paciencia pero eso no significa que aceptemos insultos gratuitos-. Finalizo haciendo sonar mi cuello mientras mi segunda mantiene una posición seria observando a los invitados-.¿Entonces seguimos a lo que hemos venido?-. Pregunto a destajo a ambos generales-. En el caso que no quieran seguir con esto se pueden largar y si aún quieren pelear háganlo lejos de mi campamento y de mi gente ¿ha quedado claro?-.guardo silencio con una cara asqueada de tanta mierda innecesaria, esperando la respuesta de los protagonista de esta historia.
Augusto Maximo
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Re: Los dos ejercitos [Trama]
¡Bien! Por suerte, o desgracia (depende de quien lo vea) fui convocado a asistir a los hombres de Castellum, yo y... otros dos magos, los cuales e las arreglaron para escabullirse. Claramente, éramos la clase menos bélica (y eso que no me dieron órdenes para atacar, si no ayudar) pero bueno, de los veinte magos disponibles, la mayoría estaban perdidos o no pudieron responder. Y la pregunta sería ¿por qué? hay rumores que dicen que el anciano dedicado a estos asuntos está senil, y se olvidó de lanzarnos los hechizos mensajeros a tiempo. Aunque hay rumores que dicen que Augusto cuenta con retractores, y algunos reyes han preferido hacerse los locos a la hora de defenderle.
El caso, es que estaba solo, y bien sabía que no habría forma de defenderme, si no era volando y dejándoles tirados. Obviamente, llevar una escoba conmigo sería una sentencia de muerte por lo que... descubrí una buena forma de ocultarla. Dentro de un elemental de tierra al cual estaba subido, como si de una montura fuese. La criatura no era grandiosa (podría decirse como un lobo o wargo) pero me valía para desplazarme sobre aquel lugar. Sin embargo, tener una escoba entre sus costillas, hacía que cabalgase algo raro. Tanto que le costaba frenar, y es que yo, no me había enterado de nada de lo sucedido. Pero desde la lejanía, se podía ver a un grupo de personajes importantes, los cuales estaban discutiendo. Oh... habían de toda clase de seres, especialmente, esas criaturas de reducido tamaño y carentes de magia o inteligencia racional. No es que depreciase a los enanos, es que los aborrecía, además, por regla general huelen mal. Y me repugna la falta de higiene, cosa que abunda en estas tierras.
Sea como fuere ¿os acordáis de que no podía frenar bien? pues si los ánimos estaban algo caldeados, iba añadir leña al fuego.
El elemental, empezó a frenar, pero nada... no podía. Me aferré a sus ramas y este intentó sentarse, soltando un aullido gutural y extraño mientras iba dejando una hilera de clorofila. Tiñendo así la nieve a su paso, como si sufriese de una especie de diarrea mágica. Y es que, finalmente paró, salpicando a todo los presentes con nieve. Bueno, al menos, se enfriarían un poco.
- ¡DISCULP...!- Tomé aire, esto, si no era parte del cuento, de verdad tenía frío, tanto que mi nariz estaba roja como un tomate.- ¡...ACHIS! Vine tan rápido como pude, la escuela de magia de Sangunria me avisó. Estoy aquí a su servicio, mi señores, soy Aengus... aunque mi nombre da igual. Solo eso, estoy aquí para ayudarles en cualquier petición o necesidad. No en comida, es decir, no vine a cocinar, soy mago...- Ya, suficiente cuento por hoy. Aún montado sobre mi elemental me aparte de forma prudente, simplemente estando allí parado y suponiendo que eran los líderes o cabecillas de aquel lugar. Dentro del elemental, además, estaba mi bolsa y Calcetines, mi familiar. Benditos espíritus elementales...
El caso, es que estaba solo, y bien sabía que no habría forma de defenderme, si no era volando y dejándoles tirados. Obviamente, llevar una escoba conmigo sería una sentencia de muerte por lo que... descubrí una buena forma de ocultarla. Dentro de un elemental de tierra al cual estaba subido, como si de una montura fuese. La criatura no era grandiosa (podría decirse como un lobo o wargo) pero me valía para desplazarme sobre aquel lugar. Sin embargo, tener una escoba entre sus costillas, hacía que cabalgase algo raro. Tanto que le costaba frenar, y es que yo, no me había enterado de nada de lo sucedido. Pero desde la lejanía, se podía ver a un grupo de personajes importantes, los cuales estaban discutiendo. Oh... habían de toda clase de seres, especialmente, esas criaturas de reducido tamaño y carentes de magia o inteligencia racional. No es que depreciase a los enanos, es que los aborrecía, además, por regla general huelen mal. Y me repugna la falta de higiene, cosa que abunda en estas tierras.
Sea como fuere ¿os acordáis de que no podía frenar bien? pues si los ánimos estaban algo caldeados, iba añadir leña al fuego.
El elemental, empezó a frenar, pero nada... no podía. Me aferré a sus ramas y este intentó sentarse, soltando un aullido gutural y extraño mientras iba dejando una hilera de clorofila. Tiñendo así la nieve a su paso, como si sufriese de una especie de diarrea mágica. Y es que, finalmente paró, salpicando a todo los presentes con nieve. Bueno, al menos, se enfriarían un poco.
- ¡DISCULP...!- Tomé aire, esto, si no era parte del cuento, de verdad tenía frío, tanto que mi nariz estaba roja como un tomate.- ¡...ACHIS! Vine tan rápido como pude, la escuela de magia de Sangunria me avisó. Estoy aquí a su servicio, mi señores, soy Aengus... aunque mi nombre da igual. Solo eso, estoy aquí para ayudarles en cualquier petición o necesidad. No en comida, es decir, no vine a cocinar, soy mago...- Ya, suficiente cuento por hoy. Aún montado sobre mi elemental me aparte de forma prudente, simplemente estando allí parado y suponiendo que eran los líderes o cabecillas de aquel lugar. Dentro del elemental, además, estaba mi bolsa y Calcetines, mi familiar. Benditos espíritus elementales...
- Aspecto de mi Elemental:
Aengus Libris
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Re: Los dos ejercitos [Trama]
Hoy es uno de esos días en los que me arrepiento en ser un mago a las órdenes del Imperio. Está bien eso de ser capaces de utilizar la magia, controlar los cuatro elementos y tener dominio sobre poderes que se escapan de la comprensión de las mentes más frágiles... pero tampoco era plan de verse obligado a ir al frente de guerra a morir por tu país, ¿verdad? Dentro de poco habría una confrontación entre el Imperio y el Reino del León por la toma de un castillo que, hasta hace poco, era un importante punto estratégico desde el que dirigir la guerra táctica que tenía nuestro país con el vecino. Las tropas serían comandadas por nada más ni nada menos que el sargento imperial Augusto Máximo, reconocido en el ejército por salir victorioso en varios de los conflictos más significativos entre ambos reinos, siempre en inferioridad de condiciones. No obstante, por mucho que el nombre de su sargento inspirase confianza a nuestro favor, varios de los magos que la Academia había enviado para apoyar al anciano huyeron con el rabo entre las piernas a medio camino del lugar... escapándose a alguno de los muchos países en los que creerían estaban a salvo por haber escupido en la cara de quienes juraron proteger. ¡Idiotas todos ellos! Desertar como mago en la guerra, y más todavía si has hecho una promesa eterna a nuestro país, se traducía en una muerte lenta y dolorosa en las mazmorras tan pronto como mandasen cazadores de magos a rastrear como sabuesos el camino por el que escaparon. Al final quedamos un par de ratas asustadas(temerosas, pero fieles) que nos dirigimos tan pronto como pudimos al punto de avanzadilla desde el que marcharíamos a luchar por lo que pertenecía a nuestra tierra.
... yo que creía era por fin libre de ver el mundo, y ahora debería jugarme la vida por una causa que me importaba bastante poco. Pero si no hacía acto de presencia me ahorcarían publicamente, ¿verdad? Además, era bastante gracioso ver al ejército de los Aceros Sombríos y los hombres de Borgoña cómo se miraban en lo que era una guerra mental en la que el primero en explotarle la cabeza al ver sus ojos llenos de cólera perdía. Me posicioné a una prudente cercanía detrás del sargento Augusto, rodeado por varios de sus hombres de confianza en lo que era una fila lo bastante cercana para escuchar toda la conversación pero alejada como para que nadie me tomase en cuenta. "Cuando terminen de apuñalarse a palabras haré acto de presencia", repasé mi plan inicial mentalmente... hasta que el rastro sonoro y evidente de una fuerza mágica elemental me alertó, clavando la mirada en un huargo en comunión con la naturaleza que no pudo detenerse antes de levantar un buen puñado de nieve que impregnaron las ostentosas armaduras de los generales enanos y humanos. Sé que no debería haberlo hecho, pero la conmoción se volvió mayor cuando dejé escapar una enorme carcajada que impregnó el aire frío de un vaho cálido sólo comparable al fuerte sonido que me salió de la garganta. Los hombres de Augusto me hubieran matado si no supieran que me enviaba uno de los más grandes archimagos que jamás hayan existido, así que me tranquilicé carraspeando y pidiendo paso para hacer acto de presencia entre los sargentos Máximo y Acero Sombrío.-Iba a hacer mi presentación tan pronto como terminasen las suyas, pero mi compañero me ha forzado a entrar en escena.-resultaba en el grupo por sustituir una pesada armadura de malla chapada por una ropa visiblemente más ligera de cuero, semioculta en una abrigada capa de oso negra.-Comandantes, es un placer y honor para mí estar frente a unas figuras de renombre tales como los orgullosos y leales Acero Sombrío... o las nobles tropas de Borgoña.-y me dirigí hacia ambos con una inclinación de cabeza segura y determinada.-Mi nombre es Romeo Nabreus y, al igual que mi compañero Aengus, somos magos enviados como representación de la Academia de Magia de Sangunria para luchar por el Imperio y rendir nuestros poderes en nombre de la causa.
... yo que creía era por fin libre de ver el mundo, y ahora debería jugarme la vida por una causa que me importaba bastante poco. Pero si no hacía acto de presencia me ahorcarían publicamente, ¿verdad? Además, era bastante gracioso ver al ejército de los Aceros Sombríos y los hombres de Borgoña cómo se miraban en lo que era una guerra mental en la que el primero en explotarle la cabeza al ver sus ojos llenos de cólera perdía. Me posicioné a una prudente cercanía detrás del sargento Augusto, rodeado por varios de sus hombres de confianza en lo que era una fila lo bastante cercana para escuchar toda la conversación pero alejada como para que nadie me tomase en cuenta. "Cuando terminen de apuñalarse a palabras haré acto de presencia", repasé mi plan inicial mentalmente... hasta que el rastro sonoro y evidente de una fuerza mágica elemental me alertó, clavando la mirada en un huargo en comunión con la naturaleza que no pudo detenerse antes de levantar un buen puñado de nieve que impregnaron las ostentosas armaduras de los generales enanos y humanos. Sé que no debería haberlo hecho, pero la conmoción se volvió mayor cuando dejé escapar una enorme carcajada que impregnó el aire frío de un vaho cálido sólo comparable al fuerte sonido que me salió de la garganta. Los hombres de Augusto me hubieran matado si no supieran que me enviaba uno de los más grandes archimagos que jamás hayan existido, así que me tranquilicé carraspeando y pidiendo paso para hacer acto de presencia entre los sargentos Máximo y Acero Sombrío.-Iba a hacer mi presentación tan pronto como terminasen las suyas, pero mi compañero me ha forzado a entrar en escena.-resultaba en el grupo por sustituir una pesada armadura de malla chapada por una ropa visiblemente más ligera de cuero, semioculta en una abrigada capa de oso negra.-Comandantes, es un placer y honor para mí estar frente a unas figuras de renombre tales como los orgullosos y leales Acero Sombrío... o las nobles tropas de Borgoña.-y me dirigí hacia ambos con una inclinación de cabeza segura y determinada.-Mi nombre es Romeo Nabreus y, al igual que mi compañero Aengus, somos magos enviados como representación de la Academia de Magia de Sangunria para luchar por el Imperio y rendir nuestros poderes en nombre de la causa.
Romeo Nabreus
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Re: Los dos ejercitos [Trama]
La intempestuousa furia de Khorgrim pronto se tornó en una sospecha suscitada por los acontecimientos. En sus ojos, ahora temblorosos por contener su temperamento aunque muchos habrían dicho que ya había estallado sin remedio, se advertía un sentimiento de fracaso. Los humanos habían resultado en su gran mayoría, peleles, irrespetuosos y vanidosos en su desempeño. Poco habia de la pulcritud de Augusto en los que a continuación llegaron. Para Khorgrim, todo sucedió lentamente, aunque la agresividad escaló sin limitarse ni tan siquiera por mantener la mesura, para él, todo aquello parecía anecdótico, casi literario.
Contempló como Runa se interponía entre Carlos Borgoña, aquel sucio general irrespetuoso, y él mismo lanzando toda una retaila de reproches e insultos dirigidos a semejante miserable. A un Augusto completamente agotado de esa riña, que en sus intentos por mantener el orden trató de imponer unas leyes que parecían no tener ni presencia ni respeto alguno por nadie mas que él, incluso exhorto a Khorgrim a controlar a su oficial.
"Respetable" pensó con cierta lamentación, de que el único con suficiente respeto de entre todos los que habían llegado fuera el ya entrado en años general imperial. Agarró discretamente del codo a Runa para indicarle que era suficiente en un silencio que parecía forzado, pues aun en aquel momento de calma forzada, Khorgrim bullía en una cólera descorazonadora. Aunque el silencio que proporcionó el despreciable Borgoña le brindo cierta paz, como su gesto descompuesto y cochambroso, el adusto general no estaba conforme.
- Es lo único sensato que se ha podido oír en esta jornada, Augusto. Entraré cuando gustéis y solo con vos. - Indicó, tirando aun mas de Runa para colocarla a su izquierda con cierta delicadeza personal que solo ellos entenderían; quería protegerla de consecuencias mayores. Asintió y antes siquiera de que lograran atravesar el umbral de la tienda, aún con el gesto trastornado por la afrenta de Borgoña, apareció aquel mequetrefe...
Un chico, pálido como una niña y con el gesto no muy lejano a la misma apareció montado sobre un huargo de un aspecto tan abominable, como su propia forma de presentarse. Derrapando de forma aparentemente desintencionada, el "animal" trató de frenar de una manera de lo mas ridícula, hasta el punto en el que la escolta de Khorgrim, ya situados a su lado con anterioridad, formaron un firme muro lanzando gruñidos de agresividad ante la escena. En un miedo que se reflejo en sus actos, Khorgrim acercó a Runa justo tras el con un brusco movimiento, con el firme pensamiento de que se trataba de una carga.
- ¡...ACHIS! Vine tan rápido como pude, la escuela de magia de Sangunria me avisó. Estoy aquí a su servicio, mi señores, soy Aengus... aunque mi nombre da igual. Solo eso, estoy aquí para ayudarles en cualquier petición o necesidad. No en comida, es decir, no vine a cocinar, soy mago...-
Dijo, tras levantar toda una ventisca de tierra mezclada con nieve que desencadenó. Aun resentido por todo aquello, ladeó el rostro para darle a Runa un fugaz, pero afectuoso beso en los labios. Aunque fue una muestra momentánea de cariño, sin duda en un mediano como Khorgrim no podía representar otra cosa que alivio por la seguridad de su amada.
Cuando la nieve resultante de la frenada salió disparada contra los escoltas, evitando tanto a Khorgrim como a Runa ser manchados, no hubo reacción mas natural que la que tuvieron: un par de ellos avanzaron con celeridad propinando severos golpes al rostro del animal, el resto, siguiendo el ejemplo, agarraron la cabeza de la bestia para con profundos golpes del reverso de su arma, conseguir separar su cabeza del resto del cuerpo. Manchados de nieve y henchidos de furia, ni siquiera esperaron orden alguna. Y en verdad, si hubieran decidido ir a por su jinete, Khorgrim no los habría detenido.
Con los negros martillos salpicados por los fluidos de la bestia, se apartaron lentamente del hechicero que lo montaba para volver a formar junto a Khorgrim con un gesto tan adusto, como sus máscaras de guerra permitían contemplar.
- ¿Que clase de payasos son estos, Augusto? - Dijo lanzando una mirada visiblemente hastiada de toda aquella ridícula situación que ya rozaba lo estúpido. Donde petimetres se dirigían a ellos, dos generales de pies a cabeza, como si aquello fuera una puñetera taberna y todos fueran amigos de la infancia que hablaban de cuantas pajas se hacían al día. - ¡Apartaos de esa niñata, muchachos! - Grito a sus hombres, que se alejaron de Aengus visiblemente dispuestos a enseñarle algo de respeto a alguien tan innecesario.
Justo despues, y sencillamente ignorando al último que llegó dando por finalizada la paciencia de Khorgrim, que lanzó un gruñido al aire y se introdujo en la tienda de mando sin esperar señal alguna.
- No se como demonios se puede soportar tanta necedad entre los humanos. Deberíais azotarlos, Augusto. ¡Colgarlos de los pelos incluso, Maese Augusto! - Exclamó, al tiempo que indicaba a sus hombres que formaran justo a la izquierda de la tienda con un simple gesto, y entraba invitando a Runa con un suave gesto de su mano.
Contempló como Runa se interponía entre Carlos Borgoña, aquel sucio general irrespetuoso, y él mismo lanzando toda una retaila de reproches e insultos dirigidos a semejante miserable. A un Augusto completamente agotado de esa riña, que en sus intentos por mantener el orden trató de imponer unas leyes que parecían no tener ni presencia ni respeto alguno por nadie mas que él, incluso exhorto a Khorgrim a controlar a su oficial.
"Respetable" pensó con cierta lamentación, de que el único con suficiente respeto de entre todos los que habían llegado fuera el ya entrado en años general imperial. Agarró discretamente del codo a Runa para indicarle que era suficiente en un silencio que parecía forzado, pues aun en aquel momento de calma forzada, Khorgrim bullía en una cólera descorazonadora. Aunque el silencio que proporcionó el despreciable Borgoña le brindo cierta paz, como su gesto descompuesto y cochambroso, el adusto general no estaba conforme.
- Es lo único sensato que se ha podido oír en esta jornada, Augusto. Entraré cuando gustéis y solo con vos. - Indicó, tirando aun mas de Runa para colocarla a su izquierda con cierta delicadeza personal que solo ellos entenderían; quería protegerla de consecuencias mayores. Asintió y antes siquiera de que lograran atravesar el umbral de la tienda, aún con el gesto trastornado por la afrenta de Borgoña, apareció aquel mequetrefe...
Un chico, pálido como una niña y con el gesto no muy lejano a la misma apareció montado sobre un huargo de un aspecto tan abominable, como su propia forma de presentarse. Derrapando de forma aparentemente desintencionada, el "animal" trató de frenar de una manera de lo mas ridícula, hasta el punto en el que la escolta de Khorgrim, ya situados a su lado con anterioridad, formaron un firme muro lanzando gruñidos de agresividad ante la escena. En un miedo que se reflejo en sus actos, Khorgrim acercó a Runa justo tras el con un brusco movimiento, con el firme pensamiento de que se trataba de una carga.
- ¡...ACHIS! Vine tan rápido como pude, la escuela de magia de Sangunria me avisó. Estoy aquí a su servicio, mi señores, soy Aengus... aunque mi nombre da igual. Solo eso, estoy aquí para ayudarles en cualquier petición o necesidad. No en comida, es decir, no vine a cocinar, soy mago...-
Dijo, tras levantar toda una ventisca de tierra mezclada con nieve que desencadenó. Aun resentido por todo aquello, ladeó el rostro para darle a Runa un fugaz, pero afectuoso beso en los labios. Aunque fue una muestra momentánea de cariño, sin duda en un mediano como Khorgrim no podía representar otra cosa que alivio por la seguridad de su amada.
Cuando la nieve resultante de la frenada salió disparada contra los escoltas, evitando tanto a Khorgrim como a Runa ser manchados, no hubo reacción mas natural que la que tuvieron: un par de ellos avanzaron con celeridad propinando severos golpes al rostro del animal, el resto, siguiendo el ejemplo, agarraron la cabeza de la bestia para con profundos golpes del reverso de su arma, conseguir separar su cabeza del resto del cuerpo. Manchados de nieve y henchidos de furia, ni siquiera esperaron orden alguna. Y en verdad, si hubieran decidido ir a por su jinete, Khorgrim no los habría detenido.
Con los negros martillos salpicados por los fluidos de la bestia, se apartaron lentamente del hechicero que lo montaba para volver a formar junto a Khorgrim con un gesto tan adusto, como sus máscaras de guerra permitían contemplar.
- ¿Que clase de payasos son estos, Augusto? - Dijo lanzando una mirada visiblemente hastiada de toda aquella ridícula situación que ya rozaba lo estúpido. Donde petimetres se dirigían a ellos, dos generales de pies a cabeza, como si aquello fuera una puñetera taberna y todos fueran amigos de la infancia que hablaban de cuantas pajas se hacían al día. - ¡Apartaos de esa niñata, muchachos! - Grito a sus hombres, que se alejaron de Aengus visiblemente dispuestos a enseñarle algo de respeto a alguien tan innecesario.
Justo despues, y sencillamente ignorando al último que llegó dando por finalizada la paciencia de Khorgrim, que lanzó un gruñido al aire y se introdujo en la tienda de mando sin esperar señal alguna.
- No se como demonios se puede soportar tanta necedad entre los humanos. Deberíais azotarlos, Augusto. ¡Colgarlos de los pelos incluso, Maese Augusto! - Exclamó, al tiempo que indicaba a sus hombres que formaran justo a la izquierda de la tienda con un simple gesto, y entraba invitando a Runa con un suave gesto de su mano.
Khorgrim Acero Sombrío
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Re: Los dos ejercitos [Trama]
Las insondables pupilas de Runa captaron a la perfección el gesto de Khorgrim Acero Sombrío; su intuición le contó que el corpulento hombre trataba por todos los medios de mantener su frustración, decepción e inconmensurable ira domada bajo sus agudos iris de color ámbar, los cuales ahora titilaban, acuosos, sufriendo el martirio encomendado de no permitir a la primitiva cólera característica de los enanos salir de su metafísica celda. Desvió la vista unos centímetros hacia arriba para mirarle a los ojos cuando él habló y olvidó, durante un momento, cuan importante era para ella sentirse libre de opinar cuanto quisiera y el cuerpo le pidiera. Estuvo tentada de responder a la ultrajante petición (o lloriqueo, más bien) del general Augusto Máximo con su mismo proceder infantil y cobarde, mas comprendió que ese arrebato podría convertirse en el peso que terminara de romper el delgado y afilado hilo que tiraba de su adusta y delicada paciencia para sostenerla en pie. Aunque normalmente pudiera parecer lo contrario, Runa no deseaba convertirse en la tijera que la cortara de cuajo.
Optó, en su lugar, por mirar a los presentes con ojos fríos y duros, como los de una roca. ¿La presión que los dedos de Khorgrim ejercían en torno a su codo exigían silencio? Pues ella, aunque fuera a regañadientes y en contra de su tozuda naturaleza, se lo daría.— Más tarde tendrás que recompensarme por esta indigna mansedumbre que me exiges injustamente.—refunfuñó por lo bajo, para luego lanzar un corto y sentido escupitajo contra el terreno que los rodeaba. La gentileza que su general puso en situarla todavía más cerca de él consiguió apaciguar tenuemente sus furibundos ánimos: aquel enano poseía un don innato para calmar su tendencia natural a la rabia y el inconformismo. Estúpido y perpetuo dolor en el cuello... Respiró hondo, sintiendo cómo poco a poco recuperaba el control de sus nervios y se sobreponía a la irritable situación en la que se encontraba inmersa sin comerlo ni beberlo... Aunque todo hay que decirlo: la asumida derrota de Carlos Boñiga (ya ni recordaba su apellido, para ser sincera) ayudaba a suavizar sus instintos combativos. Lo observó allí, parado en el sitio, mudo de repente y sumido en lo que a su parecer era el gesto compungido de quien se sabe pisoteado, humillado y, sobretodo, vencido. Se asemejaba más a un chiquillo fanfarrón regañado por sus mayores que a un general a cargo de seis centenas de hombres. ¿Se le habrá comido la lengua el hurón que le cuelga del labio?
Y entonces volvió a perder los estribos. Quizá para otra persona, el hecho de que, desde quién coño sabía donde, apareciera una criatura de aspecto andrógino (su apariencia correspondía a la de una pálida florecilla, mas su cabellera a la de un bardo afeminado) montado encima de alguna denigrante especie de huargo fabricado con hojas, ramitas y capullitos del bosque que, en un vano intento de frenar a la altura de los generales, terminara bañando en nieve a los presentes podría haberle resultado ameno, casi gracioso. A fin de cuentas, solía decirse que todas las historias trascendentes precisaban de un payaso que obrara de alivio cómico... Lamentablemente para la mariquita extraviada, Runa no era de esa clase de gente. Fue una suerte que Khorgrim actuara con la sagacidad de un enano experimentado y la situara tras él movido por un acto reflejo, pues, de haber dejado a su edecán a su aire, el recién llegado no volvería a moverse en muchos, pero que muchos, años. La enana pestañeó, confusa, mientras procesaba lo que acababa de ocurrir; su comandante la había protegido instintivamente con su propio cuerpo, pero no estaba segura de si sus acciones la reconfortaban o la hacían sentirse francamente mal. Debería haberle defendido yo a él, no al revés. Y eso, innegablemente, era cierto.
No fue capaz de dejar pasar un fallo de tal envergadura y, a falta de conocer una manera eficaz de liberar su contrariedad hacia sí misma, se obligó a mirarle de forma dura, hosca.— No lo vuelvas a hacer, Khorgrim.—Indicó, tratando de mantener al límite el temblor que amenazaba con apoderarse de su labio inferior.— No intercambies nuestros roles nunca más: no somos niños jugando a cualquier gilipollez, sino adultos. Ni yo soy una doncella que necesita que la socorran, ni tú un caballero capaz de protegerme.—masculló con crudeza, sabiendo a ciencia cierta que sus palabras cargaban un daño cruel e innecesario en ellas.— Júramelo.—Y esa última palabra, la formuló como una orden, casi como una amenaza. Su mirada buscó la de su futuro Rey: lo que se encontró fue un inesperado beso depositado con alivio en sus labios. La dejó sin habla: durante un momento, ni siquiera se sintió en condiciones como para continuar respirando. Una muestra de afecto como aquella era de lo más inusual en el regio comandante mediano, quien siempre acostumbraba a dejar sus sentimientos respecto a ella para más... tarde. Guardó silencio, ruborizada.
Para cuando volvió a ser consciente de lo que acontecía a su alrededor, se descubrió caminando, todavía bien sujeta por el brazo de Khorgrim, en dirección hacia la tienda de campaña de Augusto Máximo. Quiso frenar su marcha y dedicarle alguna que otra colleja bien merecida al mago de ademanes afeminados (¿le sonaba haber escuchado que su nombre era Aengus?), mas el agarre de Grik le impidió llevar a cabo su pequeña venganza. Aunque no pensaba rendirse tan fácilmente: cuando pasó por su lado, le brindó una mueca de mala uva.— Siempre me había preguntado quién cojones se encontraría al final de la cadena alimenticia... ahora lo sé. Te recomiendo correr, nenaza: se te van a comer viva.—lanzó una tosca carcajada entre dientes y se adentró tras su general: si al final de la contienda, continuaba latiendo un corazón en el pecho de aquel magucho asexuado de poca monta, se llevaría una abrumadora decepción. Al menos, si de la voluntad de Garganta Férrea dependiera, de Aengus Libris no quedarían ni los restos.
Optó, en su lugar, por mirar a los presentes con ojos fríos y duros, como los de una roca. ¿La presión que los dedos de Khorgrim ejercían en torno a su codo exigían silencio? Pues ella, aunque fuera a regañadientes y en contra de su tozuda naturaleza, se lo daría.— Más tarde tendrás que recompensarme por esta indigna mansedumbre que me exiges injustamente.—refunfuñó por lo bajo, para luego lanzar un corto y sentido escupitajo contra el terreno que los rodeaba. La gentileza que su general puso en situarla todavía más cerca de él consiguió apaciguar tenuemente sus furibundos ánimos: aquel enano poseía un don innato para calmar su tendencia natural a la rabia y el inconformismo. Estúpido y perpetuo dolor en el cuello... Respiró hondo, sintiendo cómo poco a poco recuperaba el control de sus nervios y se sobreponía a la irritable situación en la que se encontraba inmersa sin comerlo ni beberlo... Aunque todo hay que decirlo: la asumida derrota de Carlos Boñiga (ya ni recordaba su apellido, para ser sincera) ayudaba a suavizar sus instintos combativos. Lo observó allí, parado en el sitio, mudo de repente y sumido en lo que a su parecer era el gesto compungido de quien se sabe pisoteado, humillado y, sobretodo, vencido. Se asemejaba más a un chiquillo fanfarrón regañado por sus mayores que a un general a cargo de seis centenas de hombres. ¿Se le habrá comido la lengua el hurón que le cuelga del labio?
Y entonces volvió a perder los estribos. Quizá para otra persona, el hecho de que, desde quién coño sabía donde, apareciera una criatura de aspecto andrógino (su apariencia correspondía a la de una pálida florecilla, mas su cabellera a la de un bardo afeminado) montado encima de alguna denigrante especie de huargo fabricado con hojas, ramitas y capullitos del bosque que, en un vano intento de frenar a la altura de los generales, terminara bañando en nieve a los presentes podría haberle resultado ameno, casi gracioso. A fin de cuentas, solía decirse que todas las historias trascendentes precisaban de un payaso que obrara de alivio cómico... Lamentablemente para la mariquita extraviada, Runa no era de esa clase de gente. Fue una suerte que Khorgrim actuara con la sagacidad de un enano experimentado y la situara tras él movido por un acto reflejo, pues, de haber dejado a su edecán a su aire, el recién llegado no volvería a moverse en muchos, pero que muchos, años. La enana pestañeó, confusa, mientras procesaba lo que acababa de ocurrir; su comandante la había protegido instintivamente con su propio cuerpo, pero no estaba segura de si sus acciones la reconfortaban o la hacían sentirse francamente mal. Debería haberle defendido yo a él, no al revés. Y eso, innegablemente, era cierto.
No fue capaz de dejar pasar un fallo de tal envergadura y, a falta de conocer una manera eficaz de liberar su contrariedad hacia sí misma, se obligó a mirarle de forma dura, hosca.— No lo vuelvas a hacer, Khorgrim.—Indicó, tratando de mantener al límite el temblor que amenazaba con apoderarse de su labio inferior.— No intercambies nuestros roles nunca más: no somos niños jugando a cualquier gilipollez, sino adultos. Ni yo soy una doncella que necesita que la socorran, ni tú un caballero capaz de protegerme.—masculló con crudeza, sabiendo a ciencia cierta que sus palabras cargaban un daño cruel e innecesario en ellas.— Júramelo.—Y esa última palabra, la formuló como una orden, casi como una amenaza. Su mirada buscó la de su futuro Rey: lo que se encontró fue un inesperado beso depositado con alivio en sus labios. La dejó sin habla: durante un momento, ni siquiera se sintió en condiciones como para continuar respirando. Una muestra de afecto como aquella era de lo más inusual en el regio comandante mediano, quien siempre acostumbraba a dejar sus sentimientos respecto a ella para más... tarde. Guardó silencio, ruborizada.
Para cuando volvió a ser consciente de lo que acontecía a su alrededor, se descubrió caminando, todavía bien sujeta por el brazo de Khorgrim, en dirección hacia la tienda de campaña de Augusto Máximo. Quiso frenar su marcha y dedicarle alguna que otra colleja bien merecida al mago de ademanes afeminados (¿le sonaba haber escuchado que su nombre era Aengus?), mas el agarre de Grik le impidió llevar a cabo su pequeña venganza. Aunque no pensaba rendirse tan fácilmente: cuando pasó por su lado, le brindó una mueca de mala uva.— Siempre me había preguntado quién cojones se encontraría al final de la cadena alimenticia... ahora lo sé. Te recomiendo correr, nenaza: se te van a comer viva.—lanzó una tosca carcajada entre dientes y se adentró tras su general: si al final de la contienda, continuaba latiendo un corazón en el pecho de aquel magucho asexuado de poca monta, se llevaría una abrumadora decepción. Al menos, si de la voluntad de Garganta Férrea dependiera, de Aengus Libris no quedarían ni los restos.
Runa Domafuegos
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Re: Los dos ejercitos [Trama]
En mitad de la tensón que se vivia en el campamento se empezaron a escuchar gritos de alarma por parte de los hombres de Augusto, al parecer parte de un ala alejada del campamento se había prendido fuego, fuego que se propagaba con rapidez amenazando con transformar todo el campamento en una llanura de ceniza..
The Reaper
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Re: Los dos ejercitos [Trama]
Enanos orgullosos que llegan a ser ridículos, tercios racistas y ahora dos magos irrespetuosos que no saben donde están parados, realmente ya estaba convencido que este día sería una real mierda, pero no, podía seguir empeorando. Al momento que quería abrir la boca para contestarle al enano las alarmas se encienden en el campamento, señalando que había fuego arrasando por todo el lugar-.¿Un ataque furtivo?-. Pensé inmediatamente mientras les ordenaba a mis legionarios que formaran tres líneas de defensas, una para evitar ataques exteriores, una dedicada a buscar enemigos infiltrados y una última que se concentre en apagar el fuego mientras que el resto de los hombres mantuvieran un estado de alerta absoluto. Una vez hecho eso miro a los hechiceros con una cara de desprecio-.La próxima vez que interrumpan a sus superiores los fusilare yo mismo-. Sentencio, con una voz que irradiaba enojo, dejando en claro que si estas bajo mi mando la disciplina y compromiso es lo mínimo que exijo.
-.Ahora Aengus y Romeo usen magia elemental para apoyar a los legionarios en suprimir el fuego-. Ordeno mirando a mi alrededor, analizando todo a la vez-.Aida busca a los responsables y cuando los encuentres captúralos… no es necesario que estén en una pieza-. Hago sonar nuevamente mi viejo cuello para gritar-.¡Tercios de Castellum! ¡Moveos!-. digo mientras me movilizo, en compañia de mis soldados, para apoyar personalmente a mis hombres al mismo tiempo que hago una pequeña reverencia a mis invitados para retirarme del lugar, maldiciendo toda esta situación…
-.Ahora Aengus y Romeo usen magia elemental para apoyar a los legionarios en suprimir el fuego-. Ordeno mirando a mi alrededor, analizando todo a la vez-.Aida busca a los responsables y cuando los encuentres captúralos… no es necesario que estén en una pieza-. Hago sonar nuevamente mi viejo cuello para gritar-.¡Tercios de Castellum! ¡Moveos!-. digo mientras me movilizo, en compañia de mis soldados, para apoyar personalmente a mis hombres al mismo tiempo que hago una pequeña reverencia a mis invitados para retirarme del lugar, maldiciendo toda esta situación…
Augusto Maximo
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Re: Los dos ejercitos [Trama]
El poder... el poder hace que su mente se corroa, enferme y acaben por volverse, poco más que dos patata arrugadas. Qué iba a decir yo en ese momento en el cual, los enanos histéricos decapitaron a mi Elemental y casi le hacen un estropicio a mi escoba y las pociones e ingredientes que llevaba dentro...
Pues no sé, estaba a punto de mandarlo todo a la porra, destapar mi máscara y empezar a asesinar a esos hijos de puta. A todos, se salvaría solo Romeo. Pero me aguanté, aprendí a calmar mi fuego y rabia interior, y agachar mi cabeza para que no vieran mi verdadero rostro de ira, rabia y algo de soberbia. Ellos no tienen derecho a tener poder, pues no saben como controlarlo, no han nacido con esa responsabilidad, y es que, al ver esa y la siguiente escena protagonizada por la ridícula pareja enana solo reafirmó lo que creía.
Sin embargo, en su lugar, fui tan mecánico como un barco enano.- Disculpen, de veras, lo siento, mis disculpas. No es mi intención, señores.- Y ahí, abrió la boca la puta enana, y tras eso, varias ideas, nada benignas pasaron por mi mente. Ya me vengaría de todos y cada uno, pues otra cosa no era, pero rencoroso un rato.- Discúlpeme señorita. Suerte tengo de no ser paticorto...- Y... ¡salvado por la campana! sin dejar un tiempo a reacción, mi criatura se levantó (aún sin cabeza) y fue hacía Augusto. Valiente cabrón... otro a mi lista, y es que, cuando mi madre y yo, tomemos el control de este reino de mierda, ya me encargaría de que el juego del ahorcado tuviese otra connotación.
- ¡Si señor! disculpe, ahora vamos- La decapitada figura de mi elemental empezó a regenerarse, al fin y al cabo, las armas poco pueden hacer contra un espíritu, a no ser, que nieguen su elemento o lo reduzcan... ¡sea como fuere! me dirigí sobre este (aún formándose, su rostro, y siendo una escena a la par que grotesca, hermosa).- Romeo, lanzaré un hechizo para aumentar la magia elemental de agua, mi punto fuerte es el fuego y la tierra, el agua y yo... así que te toca hacer el resto a ti. Por favor...- Si no, mover la nieve con telequinesis, pero no era realmente buena idea. Sea como fuere, ahí iba, y aún con la tentación de coger el polvo de fuego y no el de agua, torcí mi mirada hacía mi compañero. Y en un pequeño amago de bondad en mi pútrido y retorcido corazón, escogí la bolsa de agua.
- Aqua, terra et coelum. Ego tibi conjuro, por el agua y su señoría ¡despierta!- Soplé dichos volvos, notándose cierta molesta humedad en el ambiente, humedad que si seguía así podría crear una nevada o a su suerte lluvia por la temperatura.
Pues no sé, estaba a punto de mandarlo todo a la porra, destapar mi máscara y empezar a asesinar a esos hijos de puta. A todos, se salvaría solo Romeo. Pero me aguanté, aprendí a calmar mi fuego y rabia interior, y agachar mi cabeza para que no vieran mi verdadero rostro de ira, rabia y algo de soberbia. Ellos no tienen derecho a tener poder, pues no saben como controlarlo, no han nacido con esa responsabilidad, y es que, al ver esa y la siguiente escena protagonizada por la ridícula pareja enana solo reafirmó lo que creía.
Sin embargo, en su lugar, fui tan mecánico como un barco enano.- Disculpen, de veras, lo siento, mis disculpas. No es mi intención, señores.- Y ahí, abrió la boca la puta enana, y tras eso, varias ideas, nada benignas pasaron por mi mente. Ya me vengaría de todos y cada uno, pues otra cosa no era, pero rencoroso un rato.- Discúlpeme señorita. Suerte tengo de no ser paticorto...- Y... ¡salvado por la campana! sin dejar un tiempo a reacción, mi criatura se levantó (aún sin cabeza) y fue hacía Augusto. Valiente cabrón... otro a mi lista, y es que, cuando mi madre y yo, tomemos el control de este reino de mierda, ya me encargaría de que el juego del ahorcado tuviese otra connotación.
- ¡Si señor! disculpe, ahora vamos- La decapitada figura de mi elemental empezó a regenerarse, al fin y al cabo, las armas poco pueden hacer contra un espíritu, a no ser, que nieguen su elemento o lo reduzcan... ¡sea como fuere! me dirigí sobre este (aún formándose, su rostro, y siendo una escena a la par que grotesca, hermosa).- Romeo, lanzaré un hechizo para aumentar la magia elemental de agua, mi punto fuerte es el fuego y la tierra, el agua y yo... así que te toca hacer el resto a ti. Por favor...- Si no, mover la nieve con telequinesis, pero no era realmente buena idea. Sea como fuere, ahí iba, y aún con la tentación de coger el polvo de fuego y no el de agua, torcí mi mirada hacía mi compañero. Y en un pequeño amago de bondad en mi pútrido y retorcido corazón, escogí la bolsa de agua.
- Aqua, terra et coelum. Ego tibi conjuro, por el agua y su señoría ¡despierta!- Soplé dichos volvos, notándose cierta molesta humedad en el ambiente, humedad que si seguía así podría crear una nevada o a su suerte lluvia por la temperatura.
The Oracle escribió:El miembro 'Aengus Libris' ha efectuado la acción siguiente: Lanzada de dados
'd20' :
- Hechizo utilizado:
- ► Inflar Maná: [Magia Compuesta] [Elemental (Depende)] [Natural] Toda la magia elemental de un tipo (debes declararla) en tu área, aumentará su efecto en (+1) (Poder) y (5) (Potencia) pagando (10) por cada turno. Rastro mágico, tangible, espectro, también. Para activarlo, debes soplar un polvo que cargará el área. Habilidad pasiva a partir de ser activada (segundo turno)
Aengus Libris
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Re: Los dos ejercitos [Trama]
Podía sentir una gran cantidad de ojos clavarse en mi nuca tan pronto como hice acto de presencia, manteniéndome tan sereno e impertérrito que podría haber ofendido al más orgullo de los legionarios. No iba a sentirme ofendido por cualquier palabra y/o mueca de desprecio hacia mi persona, porque sé que he actuado adecuadamente en presentarme en ese momento; respecto al mago Libris... es un tema aparte. Pero es gracioso y poderoso, y eso en un lugar tan lleno de soldados mediocres que en su vida han sabido lo que era sonreír se agradece de corazón. El comandante Acero Sombrío se marchó hecho una furia, y yo contuve la risa tanto como pude: era gracioso ver a un hombrecillo tan pequeño hacer pataletas... Parecían todos unos cuantos niños pequeños a los que les habían robado el juguete. Tampoco estoy demasiado documentado sobre la política militar enana... pero juraría que no firmaban las sentencia comiéndole los morros a las soldados. Me mantuve silencioso, sin decir nada, a pesar de que era muy evidente que ese beso no venía a cuento de nada. "Como sea", le resté importancia: sería hipócrita ver fuera de lugar una muestra de sentimientos así y, por el contrario, defender la cómica entrada del mago Libris, ¿verdad?-Mil disculpas.-me incliné ligeramente hacia el comandante Máximo, con una sonrisa de oreja a oreja que despuntaba mucho con una situación tan "tensa". El sargento de Castellum comandaba en el frente de guerra a los escasos magos de la Academia que habíamos sido convocados entre sus tropas, pero tanto él como nosotros sabíamos que si no le dábamos una razón de peso para "enseñarnos modales"(una bonita forma de decir 'latigazos hasta que llores suplicando clemencia') no nos podría poner un solo dedo encima: nuestra seguridad era prioritaria para nuestros maestros, y al menos en mi caso me mentaba uno de los mayores archimagos dentro de los consejos del Emperador. No sé quién instruirá en las artes mágicas a Aengus Libris, pero supuse que su maestro no permitiría que un comandante militar(por muy de Castellum que fuera) hiciera el más mínimo daño a su protegido. Cosas buenas de ser esclavos del Estado, supongo.
Me acerqué hacia mi compañero tan pronto como pude, dirigiéndome antes con educación hacia el comandante Máximo, su segunda Aerin y el general Borgoña. Silbé con cierta fuerza, mirándole de arriba a abajo.-Creía que habrías desertado. Casi todos lo han hecho.-sonreí ladino, con cierta alegría de no ser el único hechicero que sabía lo estúpido que era renegar del Imperio de una forma tan descarada.-No te ha ido tan mal, ¿sabes? Tu bicho ha quedado un poco... 'chuchurrío', pero al menos a ti no te han hecho daño. Eso es mucho decir, porque por un momento pensaba que te molerían a palos.-lo comenté como si hablara del clima, sin darle importancia a la posibilidad de que esos enanos tiraran al suelo para darle patadas. Le habría ofrecido ayuda para recomponer los sellos y conjuros mágicos de su elemental, puesto que si bien era cierto que los ataques físicos tan leves no podrían descomponerlo... su recomposición tardaría algún tiempo en volverse completa. Lo habría hecho, si no fuera por los cuernos imperiales sonando a un ritmo que yo no supe leer como algún problema dentro del propio campamento.-¿Qué ocurre? ¿Nos atacan?-pregunté a un soldado que pasó apresurado por mi lado, pero me ignoró completamente al ir con demasiada prisa. Vi en la distancia media una humareda oscura, y ya supe qué estaba pasando.-A sus órdenes.-me dirigí disparado tan pronto como pude hacia la zona del campamento afectada, viendo las llamas y a varios soldados recoger nieve para lanzarla e intentar contener el incendio. El pequeño mago llegó antes que yo, y cuando aparecí me explicó que sus dominios no incluían la magia elemental de agua. Fruncí los labios, porque ya éramos dos.-Yo tampoco tengo dominio sobre el agua. Pero... ¡espera! Tengo una idea.-me puse a un par de metros suya, sintiendo su magia aumentar considerablemente la humedad del aire. Dirigí las manos hacia el suelo cubierto de una densa capa de nieve; rápidamente, pasó de ser agua en estado semi-sólido al estado líquido, y de éste a un denso y puro vapor de agua que subió unos cinco metros en el aire a nuestras cabezas, formando una nube bastante imponente. Dirigí el vapor de agua en un torrente directamente hacia las tiendas de campaña más cercanas a los límites del fuego, empapándolas tanto que era prácticamente imposible que ellas también se prendieran. No podría extinguir el incendio, pero sí evitar que se expandiera ni un sólo centímetro más.
Me acerqué hacia mi compañero tan pronto como pude, dirigiéndome antes con educación hacia el comandante Máximo, su segunda Aerin y el general Borgoña. Silbé con cierta fuerza, mirándole de arriba a abajo.-Creía que habrías desertado. Casi todos lo han hecho.-sonreí ladino, con cierta alegría de no ser el único hechicero que sabía lo estúpido que era renegar del Imperio de una forma tan descarada.-No te ha ido tan mal, ¿sabes? Tu bicho ha quedado un poco... 'chuchurrío', pero al menos a ti no te han hecho daño. Eso es mucho decir, porque por un momento pensaba que te molerían a palos.-lo comenté como si hablara del clima, sin darle importancia a la posibilidad de que esos enanos tiraran al suelo para darle patadas. Le habría ofrecido ayuda para recomponer los sellos y conjuros mágicos de su elemental, puesto que si bien era cierto que los ataques físicos tan leves no podrían descomponerlo... su recomposición tardaría algún tiempo en volverse completa. Lo habría hecho, si no fuera por los cuernos imperiales sonando a un ritmo que yo no supe leer como algún problema dentro del propio campamento.-¿Qué ocurre? ¿Nos atacan?-pregunté a un soldado que pasó apresurado por mi lado, pero me ignoró completamente al ir con demasiada prisa. Vi en la distancia media una humareda oscura, y ya supe qué estaba pasando.-A sus órdenes.-me dirigí disparado tan pronto como pude hacia la zona del campamento afectada, viendo las llamas y a varios soldados recoger nieve para lanzarla e intentar contener el incendio. El pequeño mago llegó antes que yo, y cuando aparecí me explicó que sus dominios no incluían la magia elemental de agua. Fruncí los labios, porque ya éramos dos.-Yo tampoco tengo dominio sobre el agua. Pero... ¡espera! Tengo una idea.-me puse a un par de metros suya, sintiendo su magia aumentar considerablemente la humedad del aire. Dirigí las manos hacia el suelo cubierto de una densa capa de nieve; rápidamente, pasó de ser agua en estado semi-sólido al estado líquido, y de éste a un denso y puro vapor de agua que subió unos cinco metros en el aire a nuestras cabezas, formando una nube bastante imponente. Dirigí el vapor de agua en un torrente directamente hacia las tiendas de campaña más cercanas a los límites del fuego, empapándolas tanto que era prácticamente imposible que ellas también se prendieran. No podría extinguir el incendio, pero sí evitar que se expandiera ni un sólo centímetro más.
The Oracle escribió:El miembro 'Romeo Nabreus' ha efectuado la acción siguiente: Lanzada de dados
'd20' :
- Hechizo narrativo:
- ► Estado de materia {Magia transmutación, deífica/natural/ancestral, pura/verbal} Eres capaz de cambiar el estado de ciertos elementos(sólido, líquido, gaseoso) de la naturaleza, pudiendo hacerlos entrar de un estado a otro siempre y cuando puedan encontrarse en los tres estados de forma natural(un tronco de madera no podrías volverlo "líquido", dado que no existe tal cosa -por ejemplo-). Además, puedes provocar corrientes dentro del estado líquido y dirigir masas pulverizadas en el estado gaseoso. La cantidad de elemento que puedes pasar de un estado físico a otro depende de la esfera del caos que se utilice.
Romeo Nabreus
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Re: Los dos ejercitos [Trama]
Cuando a punto estuvo de ingresar en la tienda de mando, ajeno a cuantas majaderías se contoneaban en forma de ridículos humanos, Khorgrim se sentía al fin a parte de toda aquel circo. Y ni siquiera eso pudieron concederle, pues antes de siquiera dar un solo paso mas los cuernos de alarma le asaltaron un millar de escenas de grotesca resolución, recuerdos de un veterano que lo asaltaron con furibunda agresividad que le mostraron una cacofonía de terribles consecuencias; todo aquello emanaba del simple sonido de un cuerno. Sobresaltado, pronto su recio semblante palideció ante lo que podría indicar. El devenir de los acontecimientos le convenció de que efectivamente, la alarma se debía a algo, pero ¿Un ataque? ¿Un asesinato? Nada como eso, pues unos pasos y una mirada bastaron para comprobar la funesta columna que se erguía en el centro del campamento como un efímero monumento a la ruina. Una forma estúpida de llamar la atención de los defensores, que si bien sabrían que no podrían ostentar semejante fortaleza sin oposición, ahora conocían la dirección por la cual los enemigos acudirían, y en Khorgrim no pudo sobrevenir otro pensamiento mas que...
- Ridículo... - Terminó por decir. Sus escoltas, aprensivos y nerviosos por la actividad que ahora les envolvía con el fin de extinguir el incendio trajeron el carnero de guerra de su señor y le ofrecieron las riendas. Khorgrim no lo dudo, aquello estaba resultando un fracaso absoluto, tanto la organización como la disciplina de terceros, tales como aquellos magos o mas bien payasos, que parecían provenir de lupanares infestados de parásitos mas que de una escuela del Estado. Negó con un gruñido, se colocó el yelmo y se subió a su carnero sin mediar palabra lanzando gestos al aire para indicar a sus escoltas que había sido suficiente por ni siquiera, una hora de visita: se marcharían. - Vámonos, Ginit. Enviaremos a Augusto un mensaje desde nuestras huestes. No quiero tener nada que ver con este maldito caos; esto parece una puñetera feria, con payasos y monstruos rodeandonos ¡Nos vamos! - Convino. Aquel teatro de humor le había sentado como un centenar de puñaladas en lo que la disciplina y el honor significaban para él. Rodeado de estúpidos botarates, decenas de razas distintas colaborando entre si... El Imperio era un lugar avocado al desastre si su élite se trataba de aquella. Con la mirada ensombrecida por la decepción, se dirigió a paso ligero hacia sus huestes, que vibrando al ver a su general, alzaron un único grito al aire.
Khorgrim no dio ninguna orden para enviar auxilio al campamento de sus asociados, ni una sola gota del agua enana se desperdiciaría en los despojos en los que se alojaban semejantes necios. Pues una proporción tan baja de pudientes, de entre tantos, no escudaba a toda una nación que cada vez mas, parecía indolente e indisciplinada. Demasiado alborotada para ocuparse incluso de sus fronteras. No... los Acero Sombrío librarían una guerra paralela, no conjunta con aquellos que se vanagloriaban de poseer una gran porción del mundo. Y aunque en su interior solo se hallaba una desoladora decepción por todas aquellas impresiones que se vieron tristemente recompensadas con necedad y desidia, en Khorgrim aun moraba la determinación de poner fin a esa maldita campaña.
Al entrar en sus lineas, sus solemnes tenientes ensombrecidos se acercaron esperando alguna orden. La tropa contuvo el aliento, los auxiliares sonrieron maliciosamente ante la posibilidad de encontrar gloria y recompensas en la sangre, los jinetes acallaron a sus monturas y cuando tan solo el alboroto del campamento imperial fue el único sonido que podía percibirse, Khorgrim habló:
- Marchamos a la fortaleza. Enviad a los exploradores auxiliares y a los mercenarios en patrullas de avanzadilla. Matad a todo el que no sea mediano o se identifique como imperial. Esto no es ninguna compañía vergonzosa como aquella. Esto es un ejército Acero Sombrío ¡Marchad! - Y ante su grito las huestes se reorganizaron, se giraron las férreas botas, los tambores atronaron el cielo y la tierra y pronto los Acero Sombrío se encaminaron hacia el sudeste de la fortaleza enemiga. Atacarían por separado.
- Ridículo... - Terminó por decir. Sus escoltas, aprensivos y nerviosos por la actividad que ahora les envolvía con el fin de extinguir el incendio trajeron el carnero de guerra de su señor y le ofrecieron las riendas. Khorgrim no lo dudo, aquello estaba resultando un fracaso absoluto, tanto la organización como la disciplina de terceros, tales como aquellos magos o mas bien payasos, que parecían provenir de lupanares infestados de parásitos mas que de una escuela del Estado. Negó con un gruñido, se colocó el yelmo y se subió a su carnero sin mediar palabra lanzando gestos al aire para indicar a sus escoltas que había sido suficiente por ni siquiera, una hora de visita: se marcharían. - Vámonos, Ginit. Enviaremos a Augusto un mensaje desde nuestras huestes. No quiero tener nada que ver con este maldito caos; esto parece una puñetera feria, con payasos y monstruos rodeandonos ¡Nos vamos! - Convino. Aquel teatro de humor le había sentado como un centenar de puñaladas en lo que la disciplina y el honor significaban para él. Rodeado de estúpidos botarates, decenas de razas distintas colaborando entre si... El Imperio era un lugar avocado al desastre si su élite se trataba de aquella. Con la mirada ensombrecida por la decepción, se dirigió a paso ligero hacia sus huestes, que vibrando al ver a su general, alzaron un único grito al aire.
Khorgrim no dio ninguna orden para enviar auxilio al campamento de sus asociados, ni una sola gota del agua enana se desperdiciaría en los despojos en los que se alojaban semejantes necios. Pues una proporción tan baja de pudientes, de entre tantos, no escudaba a toda una nación que cada vez mas, parecía indolente e indisciplinada. Demasiado alborotada para ocuparse incluso de sus fronteras. No... los Acero Sombrío librarían una guerra paralela, no conjunta con aquellos que se vanagloriaban de poseer una gran porción del mundo. Y aunque en su interior solo se hallaba una desoladora decepción por todas aquellas impresiones que se vieron tristemente recompensadas con necedad y desidia, en Khorgrim aun moraba la determinación de poner fin a esa maldita campaña.
Al entrar en sus lineas, sus solemnes tenientes ensombrecidos se acercaron esperando alguna orden. La tropa contuvo el aliento, los auxiliares sonrieron maliciosamente ante la posibilidad de encontrar gloria y recompensas en la sangre, los jinetes acallaron a sus monturas y cuando tan solo el alboroto del campamento imperial fue el único sonido que podía percibirse, Khorgrim habló:
- Marchamos a la fortaleza. Enviad a los exploradores auxiliares y a los mercenarios en patrullas de avanzadilla. Matad a todo el que no sea mediano o se identifique como imperial. Esto no es ninguna compañía vergonzosa como aquella. Esto es un ejército Acero Sombrío ¡Marchad! - Y ante su grito las huestes se reorganizaron, se giraron las férreas botas, los tambores atronaron el cielo y la tierra y pronto los Acero Sombrío se encaminaron hacia el sudeste de la fortaleza enemiga. Atacarían por separado.
Khorgrim Acero Sombrío
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Re: Los dos ejercitos [Trama]
Sus oídos ya se estaban empezando a quejar de más de tanto gritito desafinado y a sus ojos ya les comenzaba a molestar tanto niñatillo corriendo y haciéndose el chulo por ahí. Efectivamente, Runa estaba hasta los cojones del innovador plan de Khorgrim: mucho había tardado en perder el último resquicio de paciencia que le quedaba en el cuerpo. La sangre le hervía de pura rabia, pues la estúpida sucesión de gilipolleces a las que Augusto Máximo recurría para conservar su autoridad como general daba más vergüenza ajena que otra cosa. ¿Qué clase de comandante hecho y derecho que se preciara ordenaría a tres de sus soldados cargar sus armas y mantenerlas orientadas hacia el cielo por si acaso la situación se le escapaba de entre las manos? Si no era ni capaz de sostener un mínimo control en su propio territorio, sin duda, tampoco lo sería al momento de comandar sus tropas en el apogeo de una batalla. Aquel hombre carecía del concepto de autoridad, y eso conduciría a sus hombres a una muerte segura, ignominiosa, cruenta y... merecida.
A punto estuvo de abrir la boca para soltar alguna clase de comentario despectivo cuando, de pronto, los cuernos rompieron a sonar resquebrajando el momento: al parecer, alguna clase de deidad solidarizada con su implacable hastío e indignante irritación quería que el campamento Imperial ardiese hasta que no quedasen ni siquiera las cenizas de la tienda de Augusto Máximo. Ruan no terminaba de tener problemas con aquello siempre y cuando Aengus Libris estuviese en medio de esa macro-hoguera.
Runa entrelazó sin vacilar sus iris plateados con los pardos de Khorgrim: era evidente que el devenir de los acontecimientos no estaba yendo tan bien como al Acero Sombrío le hubiese gustado. Y todo el mundo sabía que al enano no le agradaba que las cosas no saliesen como él planificaba. Su decepción quedó de manifiesto con sus siguientes órdenes: se largaban de las huestes de esos majaderos imperiales y volvían con los suyos. Obedecer nunca se le había antojado tan sencillo, pues, para variar, por una vez se encontraba plenamente de acuerdo y satisfecha con la decisión tomada... Oh, ¿cómo se le había siquiera podido pasar por la cabeza a su Grik la posibilidad de lidiar con aquellas gentes incivilizadas, repulsivas y malolientes? Por suerte, los tratos directos con ellos estaban por terminar y, con un poquito más de fortuna, incluso los escritos, pues la columna de humo se acercaba peligrosamente a su posición en una clara demanda de carne imperial. Si se concentraba lo suficiente, casi podía autosugestionarse y olisquear el olorcillo agrio del pelo quemado. Se limitó a curvar los labios ante las indicaciones de su superior: se limitó a eso y a pegar y despegar su mano derecha de su frente cuan ridículo militar humano en un claro gesto de burla, chulería y menosprecio. Es lo que tenía la confianza.
Intentó contener una carcajada maliciosa entre dientes mientras caminaba tras el áspero carnero de su general: eso sí, pedirle que no le regalara una mueca de desprecio al magucho afeminado ya era demasiado. Al atravesar la frontera del campamento de Augusto Máximo, Runa notó cómo la opresión en su pecho se evaporaba paulatinamente a medida que las caras se tornaban conocidas y la familiar silueta de su colosal bestia cobraba vida tras un escuadrón de medianos que ya no sabían cómo diantres consolarle en ausencia de su jinete. Garganta Férrea se deshizo de los inservibles arrumacos de los soldados y corrió a su encuentro con sus aciagas pupilas brillantes de emoción. Un par de palmaditas en el centro del cuello y unas palabras afectivas consiguieron serenar los latidos de su corazón, los cuales rebotaban a lo largo de su inmenso cuerpo como un tambor de guerra ante un peligro inminente.—¿Tanto me echabas de menos? ¿No habrás sido tú quien...?—enseguida se interrumpió en medio de su aguda pesquisa. Tanto le daba: gracias al incendio, marchaban de una santa vez hacia la reconquista de la fortaleza. Si los vergonzosos enanos del Reino del León allí atrincherados pensaban que lograrían salirse con la suya, se encontraban terriblemente equivocados. Esa paz les iba a durar un asalto.
A punto estuvo de abrir la boca para soltar alguna clase de comentario despectivo cuando, de pronto, los cuernos rompieron a sonar resquebrajando el momento: al parecer, alguna clase de deidad solidarizada con su implacable hastío e indignante irritación quería que el campamento Imperial ardiese hasta que no quedasen ni siquiera las cenizas de la tienda de Augusto Máximo. Ruan no terminaba de tener problemas con aquello siempre y cuando Aengus Libris estuviese en medio de esa macro-hoguera.
Runa entrelazó sin vacilar sus iris plateados con los pardos de Khorgrim: era evidente que el devenir de los acontecimientos no estaba yendo tan bien como al Acero Sombrío le hubiese gustado. Y todo el mundo sabía que al enano no le agradaba que las cosas no saliesen como él planificaba. Su decepción quedó de manifiesto con sus siguientes órdenes: se largaban de las huestes de esos majaderos imperiales y volvían con los suyos. Obedecer nunca se le había antojado tan sencillo, pues, para variar, por una vez se encontraba plenamente de acuerdo y satisfecha con la decisión tomada... Oh, ¿cómo se le había siquiera podido pasar por la cabeza a su Grik la posibilidad de lidiar con aquellas gentes incivilizadas, repulsivas y malolientes? Por suerte, los tratos directos con ellos estaban por terminar y, con un poquito más de fortuna, incluso los escritos, pues la columna de humo se acercaba peligrosamente a su posición en una clara demanda de carne imperial. Si se concentraba lo suficiente, casi podía autosugestionarse y olisquear el olorcillo agrio del pelo quemado. Se limitó a curvar los labios ante las indicaciones de su superior: se limitó a eso y a pegar y despegar su mano derecha de su frente cuan ridículo militar humano en un claro gesto de burla, chulería y menosprecio. Es lo que tenía la confianza.
Intentó contener una carcajada maliciosa entre dientes mientras caminaba tras el áspero carnero de su general: eso sí, pedirle que no le regalara una mueca de desprecio al magucho afeminado ya era demasiado. Al atravesar la frontera del campamento de Augusto Máximo, Runa notó cómo la opresión en su pecho se evaporaba paulatinamente a medida que las caras se tornaban conocidas y la familiar silueta de su colosal bestia cobraba vida tras un escuadrón de medianos que ya no sabían cómo diantres consolarle en ausencia de su jinete. Garganta Férrea se deshizo de los inservibles arrumacos de los soldados y corrió a su encuentro con sus aciagas pupilas brillantes de emoción. Un par de palmaditas en el centro del cuello y unas palabras afectivas consiguieron serenar los latidos de su corazón, los cuales rebotaban a lo largo de su inmenso cuerpo como un tambor de guerra ante un peligro inminente.—¿Tanto me echabas de menos? ¿No habrás sido tú quien...?—enseguida se interrumpió en medio de su aguda pesquisa. Tanto le daba: gracias al incendio, marchaban de una santa vez hacia la reconquista de la fortaleza. Si los vergonzosos enanos del Reino del León allí atrincherados pensaban que lograrían salirse con la suya, se encontraban terriblemente equivocados. Esa paz les iba a durar un asalto.
Runa Domafuegos
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Re: Los dos ejercitos [Trama]
Las palabras del comandante sonaron fuertes y claras. Las amenazas estaban hechas, y en el lugar se sentía un gran peso, no solamente por el nerviosismo del combate, sino que, realmente, por lo que allí podría suceder entre los mismos bandos. Se escuchó el sonido de los gritos, y las llamas, y solo bastó una palabra del comandante, y de inmediato se escuchó el sonido de las tropas actuar a la orden de su capitán.
Sin tardar ni un segundo, los tercios dejaron todo lo que estaban haciendo y entre todos comenzaron a apagar las llamas del lugar fuera de la forma que pudieran, y, gracias a su acción, detuvieron el efecto y de inmediato lograron apagarlo, en cosa de minutos. La acción conjunta entre Romeo y Aengus sirvió lo suficiente como para terminar de apagar cualquier ascua que quisiera volver a incendiar el lugar, y también logró asegurar y limpiar el camino para continuar de forma segura. La nieve se encontraba un poco más blanda, pero todo parecía ir a la perfección.
Por otro lado, el ejército de Khorgrim pudo ver a lo lejos siluetas de caballos que se iban alejando del lugar a medida que se iban formando. Probablemente habrían de ser quienes habían incendiado el campamento enemigo, notoriamente lo habían hecho de manera muy rápida, ya era de noche, y sabían lo que hacían. Podían contar las siluetas, y al encontrar las pisadas, pudieron calcular que podrían ser entre treinta a cincuenta caballos. Debían ser un buen grupo, pues nadie había escuchado como lo habían logrado, pero la situación que habían provocado había sido la justa para quitar la atención para que ellos pudieran pasar a unos cientos de metros de distancia.
El campamento de Khorgrim ya estaba casi listo, y estaban listos para partir y marchar. Sabían que se demorarían cerca de una media hora de alcanzar la fortaleza enemiga, cosa que ya podían ver a la distancia.
Sin tardar ni un segundo, los tercios dejaron todo lo que estaban haciendo y entre todos comenzaron a apagar las llamas del lugar fuera de la forma que pudieran, y, gracias a su acción, detuvieron el efecto y de inmediato lograron apagarlo, en cosa de minutos. La acción conjunta entre Romeo y Aengus sirvió lo suficiente como para terminar de apagar cualquier ascua que quisiera volver a incendiar el lugar, y también logró asegurar y limpiar el camino para continuar de forma segura. La nieve se encontraba un poco más blanda, pero todo parecía ir a la perfección.
Por otro lado, el ejército de Khorgrim pudo ver a lo lejos siluetas de caballos que se iban alejando del lugar a medida que se iban formando. Probablemente habrían de ser quienes habían incendiado el campamento enemigo, notoriamente lo habían hecho de manera muy rápida, ya era de noche, y sabían lo que hacían. Podían contar las siluetas, y al encontrar las pisadas, pudieron calcular que podrían ser entre treinta a cincuenta caballos. Debían ser un buen grupo, pues nadie había escuchado como lo habían logrado, pero la situación que habían provocado había sido la justa para quitar la atención para que ellos pudieran pasar a unos cientos de metros de distancia.
El campamento de Khorgrim ya estaba casi listo, y estaban listos para partir y marchar. Sabían que se demorarían cerca de una media hora de alcanzar la fortaleza enemiga, cosa que ya podían ver a la distancia.
- Tirada de Caos:
- Mi primera tirada es la dificultad de ustedes, la segunda, los D20 que les faltó tirar a Augusto, para ver si sus tropas logran apagar el incendio. Por lo demás, las tropas de Khorgrim demorarán un asalto más en estar listas, y no se están viendo afectadas por el incendio. Augusto sacó un 18 y la dificultad un 6, por lo que logran apagar el incendio. Deben definir pronto sus cartas de ejércitos, o esta lucha no podrá ser jugada como se debe.
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Re: Los dos ejercitos [Trama]
Un único pensamiento, poderoso y certero, había rondado la mente de Thyra, oculta entre la segunda línea de soldados, después de haber contemplado el espectáculo de principio a fin envuelta en su habitual silencio inquebrantable. Lamentable, había pensado para sí misma, en cuanto el enano había levantado el tono y toda aquella sarta de improperios se había colado por sus oídos, con el ceño levemente fruncido y los labios tensados hasta formar una perfecta línea recta.
Nunca le habían gustado los enanos, pero lo cierto es que a Thyra pocas cosas le gustaban del mundo en que vivía. Desde el primer momento en que había tenido conocimiento de la alianza pactada con algunos clanes norteños, sus reservas habían sido notorias y su rechazo se había extendido a algunos de los soldados que capitaneaba en su calidad de Inquisidora, como una suerte de enfermedad incurable y corrosiva. Todos ellos habían procurado mantenerse en silencio, como un reflejo de la actitud de la misma Thyra, si bien tras el estallido inicial, y la entrada en escena del capitán Carlos Borgoña, varios de ellos no habían podido evitar mascullar murmullos de desaprobación manifiesta hacia los enanos. Y algunos lo habrían hecho también respecto del Comandante en jefe de las tropas, por el trato prodigado hacia un general tan respetado como lo era Borgoña, altamente considerado entre los soldados imperiales más fundamentalistas como ellos.
Empero, la cautela había imperado y, con un gesto seco, Thyra había acallado los susurros gorjeados con nefasta sutileza a su alrededor. Tampoco ella tenía buenos pensamientos respecto del Comandante Maximo; a decir verdad, lo repudiaba en lo más hondo de su ser por su falta de deferencia hacia la religión y sus avatares. Sin embargo, era muy consciente de que sus gestas en batalla eran incluso más grandes que sus temeridades, y eso le era suficiente para atender a sus órdenes como lo hubiese hecho un soldado disciplinado y recto.
Precisamente por su situación más alejada del punto de encuentro, fue capaz de captar la ceniza que traía la brisa fría de la noche antes que nadie. Una nueva batería de señas le dio la pauta a los soldados de lo que estaba ocurriendo y de cómo tenían que obrar, mientras ella misma echaba a correr hacia aquella zona del campamento que había sido prendida en llamas. Con agilidad y destreza, sorteó las tiendas que le salían al paso y no paró hasta que encontró varias baldas de agua no demasiado lejos de una de las zonas que los tercios habrían usado para asearse esa misma mañana. No le llevó demasiado tiempo hacerse con ellas, llenarlas hasta los topes de agua y comenzar a apagar los fuegos, cuyas lenguas se alzaban en derredor como predadores envueltos en la ira del infierno.
No supo que los hechiceros habían invocado la lluvia hasta que el fuego comenzó a extinguirse paulatinamente, cediendo ante la condensada humedad que ahora se encontraba suspendida en el ambiente. Con el yelmo bajo el brazo, Thyra alzó el rostro al cielo y cerró los ojos para disfrutar de aquellas suaves gotas de lluvia, que resbalaron por su rostro pálido y se perdieron entre los pliegues de la armadura antes de congelarse por completo y reducirse a escarcha. A su alrededor, los soldados todavía se afanaron durante largo rato en cerciorarse de que el peligro había pasado, y el silencio, aquel bienvenido silencio, reptó de nuevo hacia ellos envolviéndolos con suavidad.
Le pareció oír ruido de cascos de caballos, pero al abrir los ojos no vio nada. Entornó la vista, trató de vislumbrar siluetas en la penumbra que rodeaba el campamento en la noche cerrada, pero la ceniza, el hollín y el humo por doquier no le permitieron ver más allá de un palmo de distancia. Con un exhausto suspiro, dejó la última balda de agua en el suelo y echó a andar hacia la localización de los dos comandantes, alejándose de aquellas altas temperaturas y dando la bienvenida a la frialdad de la noche de las tierras septentrionales del Imperio.
—Mi Comandante —saludó con voz límpida y segura. Su expresión era severa, pero no mostraba emoción alguna—. El fuego ha sido extinguido, y el incendio está bajo control. Se desconoce quién o qué lo ha provocado, aunque... —sus ojos se entornaron, calculadores, mientras levantaba el mentón—. Me pareció oír ruido de cascos de caballos en la lejanía, perdiéndose en la linde del bosque.
Fuera de Rol: no me ha quedado claro si me toca tirar dados, pero ante la duda... Nunca le habían gustado los enanos, pero lo cierto es que a Thyra pocas cosas le gustaban del mundo en que vivía. Desde el primer momento en que había tenido conocimiento de la alianza pactada con algunos clanes norteños, sus reservas habían sido notorias y su rechazo se había extendido a algunos de los soldados que capitaneaba en su calidad de Inquisidora, como una suerte de enfermedad incurable y corrosiva. Todos ellos habían procurado mantenerse en silencio, como un reflejo de la actitud de la misma Thyra, si bien tras el estallido inicial, y la entrada en escena del capitán Carlos Borgoña, varios de ellos no habían podido evitar mascullar murmullos de desaprobación manifiesta hacia los enanos. Y algunos lo habrían hecho también respecto del Comandante en jefe de las tropas, por el trato prodigado hacia un general tan respetado como lo era Borgoña, altamente considerado entre los soldados imperiales más fundamentalistas como ellos.
Empero, la cautela había imperado y, con un gesto seco, Thyra había acallado los susurros gorjeados con nefasta sutileza a su alrededor. Tampoco ella tenía buenos pensamientos respecto del Comandante Maximo; a decir verdad, lo repudiaba en lo más hondo de su ser por su falta de deferencia hacia la religión y sus avatares. Sin embargo, era muy consciente de que sus gestas en batalla eran incluso más grandes que sus temeridades, y eso le era suficiente para atender a sus órdenes como lo hubiese hecho un soldado disciplinado y recto.
Precisamente por su situación más alejada del punto de encuentro, fue capaz de captar la ceniza que traía la brisa fría de la noche antes que nadie. Una nueva batería de señas le dio la pauta a los soldados de lo que estaba ocurriendo y de cómo tenían que obrar, mientras ella misma echaba a correr hacia aquella zona del campamento que había sido prendida en llamas. Con agilidad y destreza, sorteó las tiendas que le salían al paso y no paró hasta que encontró varias baldas de agua no demasiado lejos de una de las zonas que los tercios habrían usado para asearse esa misma mañana. No le llevó demasiado tiempo hacerse con ellas, llenarlas hasta los topes de agua y comenzar a apagar los fuegos, cuyas lenguas se alzaban en derredor como predadores envueltos en la ira del infierno.
No supo que los hechiceros habían invocado la lluvia hasta que el fuego comenzó a extinguirse paulatinamente, cediendo ante la condensada humedad que ahora se encontraba suspendida en el ambiente. Con el yelmo bajo el brazo, Thyra alzó el rostro al cielo y cerró los ojos para disfrutar de aquellas suaves gotas de lluvia, que resbalaron por su rostro pálido y se perdieron entre los pliegues de la armadura antes de congelarse por completo y reducirse a escarcha. A su alrededor, los soldados todavía se afanaron durante largo rato en cerciorarse de que el peligro había pasado, y el silencio, aquel bienvenido silencio, reptó de nuevo hacia ellos envolviéndolos con suavidad.
Le pareció oír ruido de cascos de caballos, pero al abrir los ojos no vio nada. Entornó la vista, trató de vislumbrar siluetas en la penumbra que rodeaba el campamento en la noche cerrada, pero la ceniza, el hollín y el humo por doquier no le permitieron ver más allá de un palmo de distancia. Con un exhausto suspiro, dejó la última balda de agua en el suelo y echó a andar hacia la localización de los dos comandantes, alejándose de aquellas altas temperaturas y dando la bienvenida a la frialdad de la noche de las tierras septentrionales del Imperio.
—Mi Comandante —saludó con voz límpida y segura. Su expresión era severa, pero no mostraba emoción alguna—. El fuego ha sido extinguido, y el incendio está bajo control. Se desconoce quién o qué lo ha provocado, aunque... —sus ojos se entornaron, calculadores, mientras levantaba el mentón—. Me pareció oír ruido de cascos de caballos en la lejanía, perdiéndose en la linde del bosque.
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Re: Los dos ejercitos [Trama]
Al contemplar que las llamas son apagadas con gran eficiencia, simplemente hago un gran gesto de aprobación con mi mirada.
-.Bien hecho soldados-. Sentencio mientras pongo mi mano en el hombro del hechicero, llamado Romeo, al mismo tiempo que contemplo, con gran aprobación, a todos mis hombres trabajando sin parar.
Pero había algo que dominaba mis pensamientos en aquel momento, aquello era el origen de las ascuas que hicieron arder nuestro campamento como si no fuese nada-.Interesante-.Susurro, notando como un nuevo soldado se presenta ante mí-.Una Inquisidora…-. Pienso de forma neutral, ya acostumbrado a trabajar en un ambiente poco grato para mis viejos músculos, observando su armadura llena de ornamentas religiosas y de esa clase de mierda que estos fanáticos eclesiásticos acostumbras a usar.
La escucho atentamente, analizando cada palabra que su boca expulsaba de forma inerte y segura-. Así que se nos han adelantado y dado nuestra bienvenida ¿eh?-. Digo con una emocionante sonrisa en mi rostro, presentía que todo esto era para advertirnos que nuestra misión no sería fácil-.Gracias Inquisidor, prepara a los tuyos para marchar-. Sentencio mientras miro hacia otro lado observando como los enanos se alejan del lugar-.Al final todos irán por su lado… lamentable-. Me digo a mí mismo, un poco decepcionado por el resultado de todo esto.
-. Aerin-. Expreso con una voz ronca e imperativa que hace que mi segunda aparezca rápidamente con la fina agilidad que caracterizan a los elfos-.Prepara a todos los hombres, es hora de demostrar quienes son los hijos de Castellum-. Manifiesto con una oscura sonrisa mientras toco mi cuerno de guerra para dar la señal definitiva para movilizarse hacia la batalla, recordando todos lo detalles de los planos de la fortaleza que el Glorioso Emperador me había suministrado para esta misión.[/b][/b]
-.Bien hecho soldados-. Sentencio mientras pongo mi mano en el hombro del hechicero, llamado Romeo, al mismo tiempo que contemplo, con gran aprobación, a todos mis hombres trabajando sin parar.
Pero había algo que dominaba mis pensamientos en aquel momento, aquello era el origen de las ascuas que hicieron arder nuestro campamento como si no fuese nada-.Interesante-.Susurro, notando como un nuevo soldado se presenta ante mí-.Una Inquisidora…-. Pienso de forma neutral, ya acostumbrado a trabajar en un ambiente poco grato para mis viejos músculos, observando su armadura llena de ornamentas religiosas y de esa clase de mierda que estos fanáticos eclesiásticos acostumbras a usar.
La escucho atentamente, analizando cada palabra que su boca expulsaba de forma inerte y segura-. Así que se nos han adelantado y dado nuestra bienvenida ¿eh?-. Digo con una emocionante sonrisa en mi rostro, presentía que todo esto era para advertirnos que nuestra misión no sería fácil-.Gracias Inquisidor, prepara a los tuyos para marchar-. Sentencio mientras miro hacia otro lado observando como los enanos se alejan del lugar-.Al final todos irán por su lado… lamentable-. Me digo a mí mismo, un poco decepcionado por el resultado de todo esto.
-. Aerin-. Expreso con una voz ronca e imperativa que hace que mi segunda aparezca rápidamente con la fina agilidad que caracterizan a los elfos-.Prepara a todos los hombres, es hora de demostrar quienes son los hijos de Castellum-. Manifiesto con una oscura sonrisa mientras toco mi cuerno de guerra para dar la señal definitiva para movilizarse hacia la batalla, recordando todos lo detalles de los planos de la fortaleza que el Glorioso Emperador me había suministrado para esta misión.[/b][/b]
Augusto Maximo
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Re: Los dos ejercitos [Trama]
Como si de dos gotas de agua se tratara, los comandantes empezaron a trabajar en conjunto. Las tropas de Carlos conjunto a las del general Máximo comenzaron a organizarse. El fuego y el tener que organizarse les tomaría tiempo, pero quizás, irían retrasados en una u media hora con respecto a los ejércitos de los enanos (3 turnos).
Las tropas comenzaron a prepararse, y, a la lejanía, pudieron ver como el ejército enano se perdía en la lejanía. El ejército de Khorgrim había llegado frente al castillo. Se podía ver cómo habían entrado tropas hace muy poco tiempo, y las almenas parecían estar llenas de soldados. El combate era inevitable…solo quedaba ver quién vencería.
Fuera de juego: Las tropas enanas están frente al castillo. Ellos deben pedir sus cartas para así poder iniciar el combate de ejércitos. Personajes Jugador que no sean generales se enfrascan en combate frente a cartas de ejército, solamente de a una y con los stats dados por soldado. Las tropas de los generales humanos tardaran tres turnos en avanzar, así como todos los que estén con ellos.
Las tropas comenzaron a prepararse, y, a la lejanía, pudieron ver como el ejército enano se perdía en la lejanía. El ejército de Khorgrim había llegado frente al castillo. Se podía ver cómo habían entrado tropas hace muy poco tiempo, y las almenas parecían estar llenas de soldados. El combate era inevitable…solo quedaba ver quién vencería.
Fuera de juego: Las tropas enanas están frente al castillo. Ellos deben pedir sus cartas para así poder iniciar el combate de ejércitos. Personajes Jugador que no sean generales se enfrascan en combate frente a cartas de ejército, solamente de a una y con los stats dados por soldado. Las tropas de los generales humanos tardaran tres turnos en avanzar, así como todos los que estén con ellos.
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