Peligros en el Norte [Minitrama]

La ciudad de Avarosa, una de las joyas del Reino de León, se veía amenazada por unas extrañas criaturas que habían provocado una gran desaparición de personas, y que, aún no se tenía precisión qué era lo que estaba pasando. Las rutas comerciales habían sido atacadas, y solo se encontraban terribles escenas de muerte en aquellos lugares. Aventureros y guardias habían muerto por igual, y por ahora, no se tenía ningún conocimiento sobre lo que sucedía.

La guarnición y el ejército habían discutido una y otra vez, hasta que los señores enanos habían decidido que se ofrecería una misión de extrema peligrosidad, solamente a los héroes, o mercenarios mejor y más entrenados que pudieran enfrentar un peligro sin igual.
Nadie parecía aparecer…o eso se creía. Una armadura tintineaba conjunto al sonido de unos pasos provenientes de un pasillo, directamente al cuartel general de la guardia, donde se explicarían los detalles de la misión.

Allí, debajo de una gran y gruesa capa negra, con su armadura, su espada y su pelo sobresaliendo de esta capa, mientras sus ojos rojos vigilaban a sus alrededores, caminaba directamente hacia la entrada del puesto, donde se estaría esperando a todos los valientes decididos a formar parte de la solución a un problema que parecía no tener solución.

¿Falto de dinero? no especialmente, tenía a una madre ejerciendo el puesto de reina... por todos los dioses, claramente no los tenía. Pero habían momentos en los que debías mostrar tu valía y en este momento la curiosidad me venció. Y es que iba a ir solo, y así descubrir que pasa, dando un informe o quizás guardándome la información. Pero ¿adivina qué? me acompañaba un compañero "mago" ¡DIABLOS! es que podría ir hasta volando, pero cuando fui a informarme de lo sucedido, no pude evitar que... bueno, finalmente, acabaré yendo con compañía.

Si me veo en peligro, le usaré de escudo, eso lo tengo más que claro. El caso es que aquel carromato infesto iba bastante lento... demasiado, cómo echaba de menos mi escoba. Pero llevármela sería un problema, por suerte, Calcetines dormía pacíficamente en mi mochila. Aún podía ver como un grupo de guerreros nos miraba y reía. Yo, en un alarde de seguir fingiendo que era una pobre e indefensa palomita miré a mi compañero.- No-o-o ¿te po-ponen nervioso?- Tartamudé con una expresión de angustia. Hasta que finalmente, paramos de forma brusca, agarrándome a su brazo para no caerme. ¡Que bien sabía fingir!-Est-t-toy ner-rvioso...-¿Confesé? pues ciertamente lo estaba. Bueno, el caso es que nos tocaba bajar del barco y descubrir que pasaba en aquel lugar...

Mi primera misión ajeno a las órdenes del Imperio... ¡estaba tan nervioso! Prometía ser un trayecto muy largo, pero por fin era capaz de ver el mundo tal y como lo había estudiado en los libros de la Academia. Estaba tan emocionado que incluso el hedor a heces proveniente de los radiantes campos de cosecha me sabía a gloria. Me acompañaba un muchacho más joven que yo, también un aprendiz que debía obediencia ciega a la patria que nos había visto nacer a ambos... y me compadecía de él. Ser mago puede ser asombroso, pero cuando tu poder pertenece a otros te sientes de todo menos libre.-Te veo entusiasta, amigo. No tengas prisa: todavía nos quedan cinco horas de viaje hasta los fuertes del norte.-estiré todo el cuerpo, acurrucándome junto a un montón de heno que no dudaría lo más mínimo en utilizar de colchón. Dormí durante gran parte del trayecto, hasta que un camino repleto de baches me alertó que ya no nos encontrábamos en territorio del Imperio; el estado de la red de carreteras fuera de nuestra tierra natal dejaba bastante que desear, por lo visto. Efectivamente, una sola mirada fuera era suficiente para admirar el cambio tan brusco en la vegetación, más viva y angosta. En la distancia media se podía vislumbrar lo que parecia ser arquitectura enana, la cual era más entretejida y compleja de la que recordaba en los libros que había leído.

Me desperecé sólo para comprobar que el chico que estaba a mi lado seguía con los ojos tan abiertos como un búho, a lo que reí a carcajadas.-¿Nervioso? ¿Un par de descerebrados mongólicos en armadura? No, creo que no.-hablé en un tono de voz demasiado fuerte, solamente para que esos guerreros montados a caballo nos escuchasen y rechinasen los dientes. Estaba aprovechándome de una forma muy descarada de que estuviéramos acercándonos a la entrada de la ciudad fronteriza, en la que los guardas y soldados no tolerarían agresiones físicas en un pequeño santuario donde la principal premisa era la paz dentro de sus altas murallas. Me tomó del brazo, y en ese momento me di cuenta de lo pequeño que era... ¿Aengus? ¿Era así? Como fuera, lo que más me interesaba de él no era su nombre precisamente. Pero habíamos llegado juntos a esa ciudad por trabajo, ¿verdad? No por ocio: para ocio de calidad podría visitar alguna casa de putas. ¡Eso sí era turismo! El carromato paró en el centro neurálgico de Avarosa, en lo que parecía ser la entrada a un cuartel en el que hizaban con orgullo banderas con los colores de su patria.-Esto es muy distinto al Imperio.-en el lugar donde había nacido jamás de los jamases habría visto un cuartel militar tan cerca de un mercado... Lo cual era lógico hasta cierto punto, ¿verdad? El mayor número de pillajes en una gran ciudad se desarrollaban mientras comprabas fruta. Uno de los soldados que guardaban la entrada nos preguntó por nosotros, a lo que sonreí con arrogancia tomando del brazo de mi compañero en una reverencia noble y exagerada.-Os halláis ante los magos Nabreus y Libris: eruditos en los quehaceres de la vida y la muerte y taumaturgos de artes místicas. Hemos recorrido mares, ríos, montañas y las intempestivas garras del tiempo para enfrentarnos a una amenaza que os asola. ¡Abridnos vuestras filas y lucharemos por el Reino!-todo acompañado de una improvisada y muy bien lograda representación teatral que conmovió a un par de transeuntes que nos hicieron corrillo y coreaban nuestros nombres. Los guardas se nos quedaron mirando con la boca abierta, sin saber si estábamos vacilándoles o íbamos en serio... pero coincidiendo en que teníamos unos enormes cojones por presentarnos de esa forma ante el ejército. De todas formas nos permitieron entrar, y yo arrastré a Aengus inclinándome de nuevo de forma exagerada y lanzando besos a mis fieles admiradores.-Eso fue fácil.

Guardé silencio, manteniéndome en mi fingida y frívola máscara, pues pese a que Romeo es un mago diferente y más... ¿agradable? ¿liberal? he aprendido a no confiar en nadie, y es lo mejor que he podido hacer. Pese a todo, y con su buena voluntad, soltó varios comentarios (uno en especial) que me hizo reír con sinceridad. Mogólicos... se merecían ese término y mucho más, es más, mis ojos se posaron en uno de ellos haciendo que este acabase resbalando y cayéndose de cabeza. Bendito el maldito mal de ojo. Irónica y retorcida afirmación, sin duda.

Pero volviendo al ahora, Romeo había hecho que nos dejasen pasar. Y es que, que los dioses bendijesen su labia, pues casi pasamos de ser dos figuras que causaban incomodidad, a dos ¿valientes magos? no lo sabía. Simplemente, debía mantener mi risueña máscara, pegándome al mago algo nervioso.

- Bendita tu labia Romeo.- Murmuré viendo como se comportaba, causando a la par que bochorno cierta admiración y... ¿envidia? Cuanta seguridad en si miso, yo, ni sabía quien era o que quería. El caso, es que finalmente estábamos allí.- Muchas gracias, de nuevo es increíble como hablas y consigues tener tanta confianza... ahora bien ¿qué te esperas que hay? ¿qué clase de criatura nos perseguirá?- Hasta que giré la cabeza, y vi a Darkon...y un sudor frío se apoderó de mí. Miré al vampiro, esperando que me mirase a los ojos, y viese mi disimulado gesto de negación con el dedo, para que este fingiese no conocerme. O eso esperaba... y que Romeo no me viese, de paso.

Observé atentamente a los recién llegados. Parece que no sería el único mercenario en presentarme a aquél lugar. Reconocí al mago con el que había hecho tratos meses atrás, y observando por el rabillo del ojo el símbolo que hacía, asumí que el otro tipo no debía saber nada de nuestra relación, por lo que al verlos pararse cerca del lugar donde se presentaría el capitán de la guardia, o de la ciudad, o de la maldita estupidez que fuera, estaría esperando atento. Los observé con detalle y solo les comenté;

-Espero que estén preparados para morir, lo que pasa allí afuera no ha sacado a nadie vivo. ¿Cuáles son vuestros nombres? Yo soy Darkon. –Dije, mirándolos, de reojo, mientras volvía a prestar atención a lo que sucedía a mí alrededor.

Dominar la voluntad de las masas del populacho es muy sencillo: son campesinos analfabetos(en su mayoría) que lo único que desean es ser protegidos por valientes caballeros y poderosos magos de cualquier tipo de problema que pudiera presentarse. Lo único que les di fue un hálito de esperanza, y ellos se aferraron a él como un clavo ardiendo que desconcertó a los guardianes del cuartel para permitirnos adentrarnos dentro. Anduve con aires de superioridad entre las guarniciones del cuartel, con una mirada terriblemente decidida y confiada a pesar de no tener ni la más remota idea de a dónde me estaba dirigiendo; en mi defensa, diré que la distribución de los organismos militares en el Reino del León son terriblemente distintas a las del Imperio. Me mostraba despreocupado y alegre, con ese deje de tomármelo todo a risa que tanto me caracteriza.-La lengua es el músculo más importante del mago, Aengus. No sólo sirve para hablar y masticar la comida, ¿sabes?-le guiñé un ojo pícaro, para que entendiese a qué me estaba refiriendo con esa frase. Volví a dedicar mi atención visual en todo lo que nos rodeaba, y ya sabía más o menos por dónde movernos para llegar a las balizas donde nos esperaría el capitán de la guardia urbana en Avarosa.-La mía es tan dura que podría levantar a una mujer en peso... La lengua, la lengua.-la risa no se hizo de rogar, manteniéndola en el rostro hasta que me inquirió sobre qué clase de criatura encontraríamos allí fuera. Fruncí los labios, sin estar seguro de qué responder... cuando un hombre de piel pálida como la caliza empezó a hablarnos. Había escuchado hablar de aquellos seres que se mantenían entre nuestro mundo y el de los muertos, pero nunca tuve el placer de conocer uno(en el Imperio no eran bien recibidos, precisamente, y en la Academia menos todavía). Me mostré reacio en un principio a saludar como debía hacerlo un hechicero de mi estirpe, pero me contrapuse a ellos levantando la mano derecha.-Romeo Nabreus. Usted debe ser el capitán de la guardia urbana en Avarosa, ¿cierto?

Observé al mago que se presentaba de los dos que estaban frente a mí, y negando con la cabeza, observé a quién sería en ese momento, el capitán de la guardia, y quién aparentemente se encargaría de nosotros. Lo observé, se veía un enano fuerte y aguerrido, de esos que han visto mil batallas y lo peor de la sociedad enana, humana, y de todo lo que se puede encontrar en ella. Una vez se terminó de presentar, lo seguí directamente por donde nos señaló.

Una vez allí, me senté tal como presentó la escena. Observé atentamente cada cosa que nos mostraba del mapa, y la forma de la cuál debíamos actuar. Aparentemente, tendríamos dos opciones, o ir directamente a los caminos, y de ahí buscar a las criaturas…o bien ir directamente al bosque. Observé a mis compañeros y les dije;

-Por mal que suene, creo que deberíamos partir directamente al bosque, ¿Por qué? Pues creo que si averiguamos que es lo que sucede en su madriguera, sabremos cómo enfrentar a nuestro enemigo…y quizás de allí acabar con los que atacan a las carreteras. No sé a qué nos enfrentamos, pero creo que habiendo dos magos…la cosa se hará más fácil. –Dije, mirándolos.