Conquerors | Thyra
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Conquerors | Thyra
Hacía casi cincuenta años que Caléndula no pisaba un campamento del Ejército Imperial, y la nostalgia la sacudió con fuerza mientras atravesaba el terreno atestado de tiendas y soldados impacientes por entrar en acción.
Buscaba a Vromirr, su abuelo. No tenía otra razón para estar allí. De hecho, ni siquiera debería. Hacía ya décadas que se había alejado de la vida militar y optado por la delincuente. Por fortuna, había sabido manejar esta circunstancia con la debida discreción, razón por la cual las hordas de soldados al servicio del Imperio no se le echaron encima nada más verla.
Se acercó a un numeroso grupo de soldados para preguntar por el paradero de Vromirr, era un personaje reconocido y alguien debía saberlo. Sin embargo, se detuvo cuando fue consciente de que estaban enzarzados en una acalorada discusión y pegó el oído.
Al parecer los vigías habían descubierto un escuadrón del ejército Leonés en una posición próxima a la frontera. Todo indicaba a que pretendían atacar a las tropas imperiales que vigilaban el perímetro del campamento, pero eran incapaces de ponerse de acuerdo sobre la correcta estrategia para evitarlo.
Unos defendían asestar el primer golpe y acabar con la amenaza sin miramientos.
Los más cautos lo condenaban, tenían órdenes de permanecer allí. Podía ser una trampa, así que lo mejor era hacer retroceder a la vanguardia.
Caléndula se recostó contra una montaña de barriles de cerveza, sacó de su bolsa una manzana y comenzó a degustarla con total tranquilidad atenta a la discusión. No intervendría, no era nadie para hacerlo pues ni tan siquiera formaba parte del ejército ya, pero si optaban por atacar los acompañaría por el simple placer nostálgico de desmembrar norteños.
Buscaba a Vromirr, su abuelo. No tenía otra razón para estar allí. De hecho, ni siquiera debería. Hacía ya décadas que se había alejado de la vida militar y optado por la delincuente. Por fortuna, había sabido manejar esta circunstancia con la debida discreción, razón por la cual las hordas de soldados al servicio del Imperio no se le echaron encima nada más verla.
Se acercó a un numeroso grupo de soldados para preguntar por el paradero de Vromirr, era un personaje reconocido y alguien debía saberlo. Sin embargo, se detuvo cuando fue consciente de que estaban enzarzados en una acalorada discusión y pegó el oído.
Al parecer los vigías habían descubierto un escuadrón del ejército Leonés en una posición próxima a la frontera. Todo indicaba a que pretendían atacar a las tropas imperiales que vigilaban el perímetro del campamento, pero eran incapaces de ponerse de acuerdo sobre la correcta estrategia para evitarlo.
Unos defendían asestar el primer golpe y acabar con la amenaza sin miramientos.
Los más cautos lo condenaban, tenían órdenes de permanecer allí. Podía ser una trampa, así que lo mejor era hacer retroceder a la vanguardia.
Caléndula se recostó contra una montaña de barriles de cerveza, sacó de su bolsa una manzana y comenzó a degustarla con total tranquilidad atenta a la discusión. No intervendría, no era nadie para hacerlo pues ni tan siquiera formaba parte del ejército ya, pero si optaban por atacar los acompañaría por el simple placer nostálgico de desmembrar norteños.
Re: Conquerors | Thyra
Ese día hacía frío. Al despuntar el alba, los jirones argénteos de nubes en el cielo se habían retorcido y expandido hasta cubrirlo todo a su paso, como un plomizo manto que auguraba tormenta. Abajo, el mundo despertaba y un par de cuervos graznaban no demasiado lejos; las ascuas de las hogueras nocturnas humeaban, los hombres bostezaban y los heraldos gritaban órdenes con voz potente y desgarrada.
El tumulto había empezado mucho antes de que Caléndula cayese en la cuenta de lo que estaba ocurriendo. Las noticias habían volado como la pólvora, y aquellos que ostentaban ciertos títulos habían sido reunidos en concilio para debatir el nuevo giro de situación. Ninguno de ellos, sin embargo, había podido encontrar una solución acorde a lo que la situación ameritaba en tanto los batidores no volviesen con información, habiendo partido del campamento, raudos como el viento, cuando la noche aún era cerrada.
Thyra Varali era uno de los capitanes que esperaban aquellas noticias. Contemplaba la algarabía desde su tienda, envuelta en un silencio sepulcral que contrastaba enormemente con los gritos de sus hombres. Con distracción, una esbelta mano de dedos pálidos acariciaba la empuñadura de la espada, dejando que sus yemas se enfriasen con el tacto del cuero endurecido y las tachuelas recogidas en la vaina reforzada. Estaba muy pendiente de lo que ocurría en cualquier rincón de aquel enclave, pero lo cierto era que, en esos instantes, su semblante estaba cuarteado por cierta expresión de ausencia. Tal y como si, en el fondo, no compartiese la incertidumbre y las tribulaciones de los soldados que se afanaban por buscar una solución.
Tampoco tenía intención de resolver aquel enigma, hasta que los exploradores volviesen con la información requerida. Interceder en aquella reyerta en esos momentos habría sido, de todos modos, un despropósito destinado al fracaso. Porque con los nervios a flor de piel, y los sentimientos gobernando las palabras que sus bocas hablaban, no había lugar para la fría lógica que la estrategia bélica requería.
Precisamente por mantener aquella serena frialdad, Thyra era consciente de los detalles que habían cambiado de un día para otro. Un par de carros movidos de lugar, un surco practicado en el fango, probablemente debido a alguna otra pelea nocturna, o decenas de nuevos barriles de cerveza recién fermentada colocadas frente a la tienda que hacía las veces de comedor. La figura dejada caer contra ellos, cuyo cabello refulgía como una pira de fuego al sol, y la picardía que parecía transgredir la tranquilidad que emanaba por los cuatro costados mientras degustaba aquella manzana. De un simple vistazo, pasaba por un soldado más. Aún a pesar de su falta de armadura.
Se encaminó hacia ella, pasando de largo el cerco en el que los soldados debatían agitadamente. Fue consciente de que la mayoría denotó su presencia y elaboró el saludo reglamentario, pero su vista prosiguió fija en el semblante de aquella mujer. Una insistencia que podría haber resultado ofensiva y obscena, proveniente de otra persona, si no fuese por el vacío que se adivinaba tras ella. Una apatía que la envolvía como un manto y la acunaba contra sí, mientras se detenía frente a ella, ladeaba el rostro y hablaba con voz firme y clara.
—¿Te conozco, soldado? —inquirió sin alzar demasiado el tono de voz, mientras una nube, en las alturas, continuaba su paso perezoso hacia el norte y tapaba el sol por completo.
El tumulto había empezado mucho antes de que Caléndula cayese en la cuenta de lo que estaba ocurriendo. Las noticias habían volado como la pólvora, y aquellos que ostentaban ciertos títulos habían sido reunidos en concilio para debatir el nuevo giro de situación. Ninguno de ellos, sin embargo, había podido encontrar una solución acorde a lo que la situación ameritaba en tanto los batidores no volviesen con información, habiendo partido del campamento, raudos como el viento, cuando la noche aún era cerrada.
Thyra Varali era uno de los capitanes que esperaban aquellas noticias. Contemplaba la algarabía desde su tienda, envuelta en un silencio sepulcral que contrastaba enormemente con los gritos de sus hombres. Con distracción, una esbelta mano de dedos pálidos acariciaba la empuñadura de la espada, dejando que sus yemas se enfriasen con el tacto del cuero endurecido y las tachuelas recogidas en la vaina reforzada. Estaba muy pendiente de lo que ocurría en cualquier rincón de aquel enclave, pero lo cierto era que, en esos instantes, su semblante estaba cuarteado por cierta expresión de ausencia. Tal y como si, en el fondo, no compartiese la incertidumbre y las tribulaciones de los soldados que se afanaban por buscar una solución.
Tampoco tenía intención de resolver aquel enigma, hasta que los exploradores volviesen con la información requerida. Interceder en aquella reyerta en esos momentos habría sido, de todos modos, un despropósito destinado al fracaso. Porque con los nervios a flor de piel, y los sentimientos gobernando las palabras que sus bocas hablaban, no había lugar para la fría lógica que la estrategia bélica requería.
Precisamente por mantener aquella serena frialdad, Thyra era consciente de los detalles que habían cambiado de un día para otro. Un par de carros movidos de lugar, un surco practicado en el fango, probablemente debido a alguna otra pelea nocturna, o decenas de nuevos barriles de cerveza recién fermentada colocadas frente a la tienda que hacía las veces de comedor. La figura dejada caer contra ellos, cuyo cabello refulgía como una pira de fuego al sol, y la picardía que parecía transgredir la tranquilidad que emanaba por los cuatro costados mientras degustaba aquella manzana. De un simple vistazo, pasaba por un soldado más. Aún a pesar de su falta de armadura.
Se encaminó hacia ella, pasando de largo el cerco en el que los soldados debatían agitadamente. Fue consciente de que la mayoría denotó su presencia y elaboró el saludo reglamentario, pero su vista prosiguió fija en el semblante de aquella mujer. Una insistencia que podría haber resultado ofensiva y obscena, proveniente de otra persona, si no fuese por el vacío que se adivinaba tras ella. Una apatía que la envolvía como un manto y la acunaba contra sí, mientras se detenía frente a ella, ladeaba el rostro y hablaba con voz firme y clara.
—¿Te conozco, soldado? —inquirió sin alzar demasiado el tono de voz, mientras una nube, en las alturas, continuaba su paso perezoso hacia el norte y tapaba el sol por completo.
Thyra Varali
Humano, Inquisidor
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