Resist and Bite [Trama]

Allí estaba yo, en las almenas, observando los alrededores durante la noche. Había venido directamente por orden del general como mercenario, y me había ocupado en el asalto al castillo de abrir las puertas, ingresando a través del lugar con mis habilidades. Realmente la muerte que se veía por esos lugares me extrañaba, pues jamás había visto tantos cadáveres juntos en un combate, excepto cuando destruyeron nuestra ciudad, normalmente los combates de batallones que hacíamos eran mucho más efectivos, esto solamente mostraba la ineptitud del general a cargo, pero tampoco era de importarme mucho, yo allí estaba para matar y ganar algo de dinero.

Observé hacia afuera, asegurándome de que no fueran a haber nuevos intrusos en los lugares, llevaba mi espada desenvainada y mi armadura puesta, además de mi capa oscura para cubrirme del frío. Me quedé alerta por cualquier cosa que fuera a pasar, pues después de todo, el Imperio nos podía atacar en cualquier momento. Cuando observé hacia adentro del patio el griterío que se formaba, eleve la voz, y les dije;

-¡Si no quieren que los perros imperiales los maten, será mejor que vuelvan a sus puestos! ¡La noche es uno de los mejores momentos para atacar al enemigo, y ustedes están perdiendo su maldito tiempo aquí! -Dije, con voz fuerte y altisonante, para luego de eso ignorarlos y volver a mi lugar.

No hacía ni dos días que se había tomado el castillo y ya podían verse las luces del campamento enemigo a lo lejos, acechándose la fortificación: aquella había sido, a lo sumo y siendo generosos, una victoria pírrica, si no directamente una condenatoria. El asedio había resultado extremadamente costoso y el resultado había sido poca o ninguna ventaja, puesto que el enemigo parecía bien dispuesto a recuperar su plaza fuerte.

El primero de los preceptos de todo comandante que se precie es “Morirás tan sólo por aquello por lo que vale la pena morir”; pero quienquiera que fuese el responsable de aquella chapuza distaba mucho de poder preciarse como tal.

Armado con su hacha larga, el general enano entró en el castillo a paso relajado, observante y con mirada evaluadora. Le bastó un segundo para certificar su veredicto y éste era ciertamente fatal. La moral estaba por los suelos y los soldados desanimados, en el mejor de los casos, desatendían sus puestos o llevaban a cabo sus tareas con desidia. Un puñado de ellos gritaban abiertamente en dirección a los oficiales. Estaban visiblemente asustados, ¿y quién no? La pregunta más bien era qué estaba haciendo el inútil que se suponía que debía poner orden en las filas, amén de determinación en su mente y esperanza en sus corazones. Uttir apretó los dientes, se cambió el hacha de mano y entró al patio de armas con energía.

- ¡Ya habéis oído al mercenario, basta de gritos! ¿Es que no tenéis orden o disciplina? ¡Un maldito mercenario, por los dioses! ¿Tendrá que venir una espada a sueldo a daros lecciones? –les lisonjeó el enano mientras se dirigía a ellos, indicándoles que se movieran con los brazos– ¡Todos a sus puestos! No sé quién estaba a la cabeza aquí, pero desde ahora asumo el mando personalmente. Mi nombre es Uttir a’Fnur, por si a alguien le interesa, ¿a alguien le suena?
-
Hizo una pausa. Lo suficientemente corta como para marcar el cambio de ritmo pero no lo bastante como para que a alguien le diera tiempo a contestar. Un truco calculado.

- ¡No, claro que no habéis oído hablar de mí! ¿Sabéis por qué? ¡Porque detrás de mí no queda nadie con vida para hacerlo, así que venga, moveos! ¡Ocupad las posiciones, fortificad las brechas! ¡Esto es un maldito castillo, una puñetera fortaleza hecha para que sea difícil de conquistar! Esto es duro –dio una palmada sobre la muralla detrás de sí–, sólido como la cabeza de un enano. ¡Aguantará lo que le echen mientras haya alguien defendiendo el muro, así que manos a la obra! –Aguardó de nuevo, mirándoles fijamente para intentar transmitirles el tan necesario coraje– ¡Cambio de mando, las cosas van a ir de forma muy distinta a partir de ahora, así que moveos, moveos! ¡Conmigo! –farfulló antes de seguir el camino hacia el interior, camino de las almenas.

Observé atentamente lo que sucedía con bastante sorpresa. Un incendio…observé a Uttir y pensando en que él había llegado ese mismo día, probablemente, era posible que llegaran nuevos refuerzos. Salté directamente desde mi posición hasta el patio, dando unas vueltas en el aire para así disminuir el golpe de la caída, y una vez frente a él, le dije;

-Iré a explorar lo que sucede afuera, yo creo que deberías prepararte para lo que allí suceda. Veré si logro sorprender a alguna unidad enemiga por sorpresa, de otro modo, volveré aquí en la mejor oscuridad. Aprovecharé de hacer de scout de la misma manera, prepárense, pues no creo que quede mucho tiempo antes del próximo combate…si es necesario, usen los malditos cadáveres para trancar las puertas y que los enemigos no puedan entrar. –Dije, con determinación, para luego hacerle una señal a los guardias y salir del lugar en dirección al campo abierto.

La noche había pasado con total... normalidad, me había quedado hasta tarde bebiendo y hablando con varios compañeros y algunos "amigos" pero lo que empezó como una noche tranquila y de simples copas terminó en una orgía cuando de la puerta pasaron un total de 7 mujeres, increíbles mujeres. Ninguno de los allí presentes se resistió a aquella tentación y todos sucumbimos al placer y a la lujuria.

Una vez se hizo de día un Toc Toc ocasionó que me despertase, y al mismo tiempo pude oler el intenso olor a fluidos corporales, a su vez estaban desperdigados por toda mi cama aquellos hombres y mujeres.— ¡¿Que mierda hacen aquí!? ¡Regresen a sus malditos aposentos! —grité mientras trataba de apartar a todos ellos de la habitación. Cuando al fin salieron todos me dirigí hacia la puerta y mi maldito hermano me estaba esperando.— ¿Que quieres animal? —dije en tono despectivo y al mismo tiempo hacia una mueca de asco.— Es sobre la toma del castillo, fue realizada con éxito pero una carta llegó hace dos días, nesecitan refuerzos —me dijo el crío tratando de verme lo menos posible, dirigiendo su vista hacia mis ropajes.— ¡Pequeño inútil! ¿¡Como que la carta llegó hace dos días!? ¡No me has dicho nada! Maldición, maldición, ¿Sabes a los que esto conlleva? Nuestros soldados pueden estar muriendo ahora mismo, tendré que ponerme manos a la obra —dije mientras me ponía a pensar las cosas.— Traeme mi armadura, ahora mismo. —

Y así fue puesto que minutos después venía cargando mi gran armadura, le hice un pequeño gesto de gracias, algo muy extraño en mí, pero, las situaciones estresantes sacaban el lado "bueno" de mi. Mientras me vestía le dije al chico que alistara alrededor de 300 soldados y 8 carretas para marchar al sur lo mas pronto posible. Una vez estaba listo las tropas también lo estaban así que marchamos juntos al sur.

El trayecto fue bastante normal, de vez en cuando animaba a mis soldados haciendo que gritaran en alto el nombre de nuestro Reino, pero aparte de eso nada fuera de lo común. Luego de algunos días de viaje al fin llegamos al tan ansiado castillo y cuando estuvimos en la puerta mandé, con un gesto, a que uno de mis comandantes diera el aviso.— ¡Abran las puertas, vuestro general en jefe está aquí, los refuerzos estamos listos! —preparense malditos imperiales, ganaremos esto.